Capítulo 25: Sofía

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El cielo estaba salpicado de infinitas estrellas que titilaban en la inmensidad del cosmos

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El cielo estaba salpicado de infinitas estrellas que titilaban en la inmensidad del cosmos. Era una noche cálida que prometía ser larga y estar cargada de historias. Sofía tenía muchas expectativas. Había organizado todo y esperaba que la velada resultara perfecta.

Lo más difícil fue convencer a su madre de que abandonara el luto aunque fuera solo por esa noche. Catalina había accedido a usar un vestido azul oscuro que resaltaba la palidez de su rostro y sus profundos ojos azules. Si bien un halo de tristeza la acompañaba a todos lados, seguía siendo una mujer muy guapa y no pasó desapercibida cuando Juan Bustamante se acercó para saludarla. El hombre había llegado a la estancia en compañía de su esposa y de Magdalena de Toledo y Rojas. Ambas mujeres lucían atuendos y joyas acordes a su estatus.

—Sean ustedes bienvenidos —dijo Catalina una vez que el señor Bustamante soltó su mano para besar la de Sofía.

—Tienen una casa preciosa —comentó Ana llevando sus ojos hacia el salón en donde estaban conversando Óscar y sus hijos.

María Esther salió de la cocina seguida de Amanda y un agradable aroma a comida se apoderó del ambiente.

Volvieron a golpear la puerta y esta vez fue Amanda quien fue a recibir a los invitados. Sofía sonrió al ver a su hermana mayor y a su familia. El vestido que llevaba Isabel disimulaba su vientre y favorecía su figura. Roberto a su lado parecía radiante. Su hermano, por otro lado, estaba tan serio y distante como siempre. Desde hacía mucho tiempo Sofía había dejado de intentar agradarle al joven que siempre se mostraba reacio a conversar con ella, pero decidió que no dejaría que su apatía le arruinara la noche.

Catalina y su cuñada les ofrecieron algunos bocadillos a los presentes. Poco después Amanda recibió a Antony Van Ewen y a Simón. El muchacho estaba enamorado de Julia Duarte y Sofía tenía el presentimiento de que podría surgir una «hermosa enemistad» entre él y Pablo Ferreira. No es que odiara realmente al criollo, pero esperaba que por lo menos pudiera experimentar un dolor similar al que él le había causado cuando se olvidó de ella de un día para otro y sin darle ninguna explicación.

Antony saludó a Catalina y luego besó con ternura el anillo en la mano de su prometida. Se lo había obsequiado él mismo, la tarde en la que fueron al teatro y Sofía no se lo había quitado desde entonces.

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