Capítulo 45: Sofía

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La estancia estaba más grande y silenciosa que nunca. Sofía sentía la ausencia de sus seres queridos en los rincones de cada una de las habitaciones. Parecía como si, poco a poco, la familia se hubiera ido desintegrando. Primero su padre había muerto, luego Isabel y Amanda se casaron y ahora Sebastián y sus tíos regresaban a España.

La joven tomó del interior de un libro la hoja suelta con el cuento que había escrito hacía tiempo, la arrugó y la arrojó sobre la cama en la que antes dormía Amanda. Diego tenía razón, era una historia horrible que contaba con un trágico final. En aquel momento, ella se sintió ofendida con su primo y le atribuyó la autoría de la obra a un escritor anónimo. Sin embargo, la vida real estaba demasiado llena de desgracias y de tristezas, como para que ni siquiera las historias permitieran escapar de ellas.

Desde la boda de Amanda, Diego no se separaba de Sofía, aunque eludieron hablar sobre sus sentimientos y no hubo ningún tipo de acercamiento romántico. La joven se sentía agradecida por poder contar con su compañía, especialmente porque Antony continuaba en uno de sus viajes. Si no hubiera sido así, tal vez se hubiese sumergido en una terrible pena y la melancolía hubiera acabado por apoderarse de su alma.

Lo único positivo de la partida de su familia había sido que todos en el pueblo parecían haber olvidado la muerte de don Juan Bustamante. Solo Magdalena de Toledo y Rojas insistía en haber escuchado a Sebastián en la fiesta de la condesa decir que asesinaría al señor Bustamante. Pero si bien ella alegaba estar convencida de que habían sido él y Pablo Ferreira quienes habían cometido el crimen, ningún invitado confirmó sus palabras. Por otro lado, todos vieron a Pablo Ferreira besándola en público y de una forma casi inmoral. A los ojos del pueblo, Magdalena no era más que una mujer despechada que intentaba buscar venganza porque el criollo no había querido pedir su mano y se había casado con Amanda Pérez Esnaola.

Una tarde, Sofía encontró a su primo leyendo recostado debajo de un árbol y se acomodó a su lado apoyando la cabeza sobre el pecho de Diego. Ninguno de los dos dijo nada. El tiempo pasaba y ellos tan solo se quedaron allí disfrutando de la cercanía del otro. Ese tipo de momentos sería lo que más extrañaría cuando regresara Antony Van Ewen de su viaje para convertirse en su esposo. Hacía mucho tiempo que no tenía noticias del inglés y la idea de que hubiera desistido de volver por ella, ahora no le resultaba tan desagradable.

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