Capítulo 46: Isabel

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Isabel había invitado a desayunar a sus hermanas a Águila Calva

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Isabel había invitado a desayunar a sus hermanas a Águila Calva. Colocó una manta con dulces y pasteles para disfrutar mientras observaban a los muchachos que estaban jugando al pato en los jardines. Isabel no entendía el atractivo de ese deporte tan brusco y se llevaba la mano a la boca cada vez que alguno estaba a punto de caerse del caballo.

—¡Así se hace! —le gritó Amanda a su marido cuando se acercó a Esteban y tomó con rudeza una de las cuatro manijas de la bolsa de cuero que contenía dentro un pato muerto.

Los muchachos tironeaban entre ellos y se balanceaban inestables sobre los lomos de sus caballos hasta que Pablo logró quedarse con la bolsa. Cuando la arrojó por un aro de metal, Amanda comenzó a vitorear su logro. Solo se detuvo cuando se reanudó el partido.

Aquel deporte sacaba la parte más salvaje de los hombres. Roberto y Pablo no dejaban de insultarse e Isabel esperaba que las rivalidades no acabaran en una pelea de verdad. Diego, por su parte, cabalgaba de un lado a otro del terreno, pero no parecía tener mucho interés en lastimarse solo por participar del juego.

—Es injusto que no me hayan dejado jugar. Estoy segura de que podría hacerlo mejor que ellos y Diego ni siquiera quiere estar ahí —protestó Amanda.

—¡Se ve peligroso! No es un juego para mujeres —dijo Sofía disfrutando de una porción de pastel de limón que ella misma había preparado.

—Roberto insiste en que si juegas bien, las posibilidades de caerte del caballo son muy bajas, pero que ni sueñe en que lo dejaré enseñarle a jugar al pato a Manuelito cuando crezca —aseguró Isabel.

—Parece divertido, pero Pablo va a perder si Diego sigue jugando así. Los Páez son buenos jinetes—comentó Amanda.

Roberto y Esteban ganaron el juego y si bien Isabel había temido que su esposo y Pablo se pelearan, por fortuna las rivalidades no trascendieron los límites del juego. Cuando el sol llegó al punto más alto, los cuatro hombres guardaron los caballos en los establos. Al regresar se veían sudorosos y adoloridos.

Diego tenía menos rasguños y golpes que sus compañeros, pero estaba sediento y acalorado. Cogió un vaso de agua y no dejó de beber hasta terminarlo. Esteban se dejó caer exhausto y aceptó una galleta casera que Isabel le ofrecía.

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