Capítulo 14: Diego

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Diego y Mariano fueron los primeros en regresar al punto de encuentro

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Diego y Mariano fueron los primeros en regresar al punto de encuentro. Cargaban con varias liebres, un trofeo más que aceptable, teniendo en cuenta que a lo lejos se acercaban Sebastián y Pablo con las manos vacías.

—Creo que ninguno de nosotros pudo encontrar al monstruo. Supongo que será en otra ocasión —comentó Sebastián despreocupado al llegar a donde estaba su hermano menor.

—¿No se toparon con ningún animal? —les preguntó extrañado Mariano Bustamante.

—Una verdadera pena —afirmó Pablo Ferreira.

Esperaron alrededor de un cuarto de hora hasta que los señores Pérez Esnaola y don Juan Bustamante regresaron. Traían un puercoespín y un conejo muy gordo. La misión de encontrar al monstruo sin lugar a dudas había fracasado, pero los animales que habían conseguido eran más que suficiente para que las mujeres preparasen un delicioso guiso.

Como era de esperarse, Óscar se mostró muy decepcionado de que su hijo mayor no hubiera podido cazar nada en absoluto. Por otro lado, Diego y Mariano recibieron algunos elogios por sus habilidades.

Durante el trayecto de vuelta los Bustamante no dejaron de hablar de sus logros personales y de su propia sombra. Cuando la conversación comenzaba a tornarse repetitiva, los siete hombres llegaron a una bifurcación en la que después de repartir el botín de manera equitativa, se despidieron del viejo empresario y de su hijo. Los demás continuaron hasta la estancia La Rosa.

Óscar insistió en que Pablo se llevase algunas de las liebres de Diego, pero el criollo rechazó el obsequio con amabilidad y continuó su viaje en dirección a Esperanza, su estancia.

—Es entendible, nadie que se respete aceptaría disfrutar de un platillo que sepa a derrota —comentó el hombre con malicia. Sebastián lo fulminó con la mirada, pero no replicó.

Diego imaginó que al entrar a la sala los recibirían las mujeres de la casa, quienes se alegrarían de sus logros, y que luego de disfrutar de la deliciosa cena podría tener un merecido descanso. Por desgracia, el panorama que encontró al entrar fue muy diferente a lo que él había esperado: Catalina lloraba sentada en el sofá mientras que Isabel y Sofía estaban a su lado intentando consolarla. María Esther furiosa se aferraba con fuerza al borde de la mesa.

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