Capítulo 27: Sebastián

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La tía abuela de Pablo había resultado ser mucho más comprensiva de lo que él y sus amigos habían imaginado

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La tía abuela de Pablo había resultado ser mucho más comprensiva de lo que él y sus amigos habían imaginado. Ante las insistencias de la mujer, que reclamaba la presencia de su hermana, el criollo se había visto obligado a confesar toda la verdad. Por fortuna, doña Paulina y su hermana Rosa nunca se habían llevado demasiado bien.

El joven se había esmerado mucho en que la estancia de la mujer en el pueblo resultara lo más cómoda posible. Ella a cambio le había prometido encontrar alguna solución para que la verdad no destruyera la vida a la que se había acostumbrado.

Aquella tarde Sebastián, Pablo y Leónidas estaban disfrutando de unos mates amargos sentados sobre un tronco en Esperanza, la propiedad de los Ferreira. A la distancia podían observar como los peones cosechaban. La condesa, por su parte, había ido a la iglesia, pero pronto regresaría.

—¡Casi lo olvido! Magdalena me entregó esta carta para ti, es de Ana —dijo Pablo y le extendió a Sebastián una hoja doblada en tres partes.

—Gracias —añadió el muchacho sintiendo como su corazón se aceleraba.

Tomó la carta y comenzó a leer:

Querido Sebastián: Necesitaba contarle que casi me muero al caer por las escaleras. Sin embargo, me aferré a la vida con la única esperanza de volverlo a ver. Mi esposo está cada día más violento. Creo que percibe que mi corazón no le pertenece. Tengo muchísimo miedo de lo que podría ser capaz de hacer si alguna vez se entera de lo nuestro. Me temo que aun sabiendo que sus besos son letales, mi amado Sebastián, escogería arriesgarme a morir por amor. Siempre suya. Ana.

—Necesito verla. Tengo que saber cómo está —dijo Sebastián con la mandíbula tensa.

—Magdalena me dijo que su amiga se encuentra bien. Solo necesitó algunas puntadas en la frente y sus costillas sanarán si hace reposo. Amigo, deberás tener un poco de paciencia, si no quieres que Bustamante los mate a ambos —explicó Pablo muy serio.

—No puedo dejar que siga en esa casa. Ese hombre es un monstruo —agregó el muchacho.

—Lo sé, pero no puedes ir y robarle a su esposa así como así. No te olvides de que él maneja todo en este pueblo. Van Ewen, los Páez e incluso los soldados responden en forma directa a sus intereses. Piensa en tu familia y no olvides que es nuestro jefe. Es mejor tenerlo de aliado que de enemigo —sugirió Pablo pensando con frialdad.

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