03. Es Más que la Verdad

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Es Más que la Verdad

Asustada con el ruido, Candy encendió la luz y ahogo un grito tan solo visualizo a la persona que tenía frente a ella.

-No pretendo hacerte daño. Me equivoqué de edificio -musitó, antes que ella dijera o hiciera algún otro ruido-. Perdóname. Solo necesito descansar un poco -con movimientos lentos, sin siquiera prestar atención a la persona dueña de esa alcoba, se recargo en la pared y se deslizó hasta el piso, con la mayor suavidad que le fue posible.

Él parecía estar quedándose dormido mientras ella no sabía qué hacer tan solo le reconoció.

Si gritaba y le metía en problemas, quizá después se vengaría de ella. Pero si ella no decía nada y alguien lo encontraba ahí... estaba metida en un buen embrollo y lo mejor era tratar de no llamar la atención de nadie. Sin embargo, en el momento en que decidió que debía apagar la luz, observó la herida que el muchacho tenía en el brazo. Con prisa se levantó y aprovechando que estaba medio dormido, le reviso.

Debía hacer algo, no podía dejarlo así, con riesgo a una infección.

Con prisa solo vistió una bata encima de su camisón y salió por la ventana, luego de apagar la luz.

Tenía la llave de la enfermería, así que no le resultaría difícil entrar y tomar alcohol y gasas. Ya tendría ocasión, cuando volviera a trabajar en la enfermería, para pedirle que llenara una papeleta.

Y justo eso hizo.

Fue a la enfermería, tomo lo que necesitaría y volvió a su recamara con tanta prisa, que se olvidó de tomar las precauciones necesarias para no ser descubierta.

Con cuidado, comenzó a limpiar la herida del muchacho, quien despertó ante el ardor que le había ocasionando, dejando salir de su garganta un gemido de dolor.

-Por favor, no hagas ruido -le pidió, mientras él caía en cuenta de quién era la chica que le atendía-. ¿Tienes idea de lo que podría pasar si alguien viniera?

El muchacho dio un nuevo vistazo a la pieza. Se había metido en el edificio de chicas, justo en la recámara de aquella chica que ocupaba la mayor parte de sus pensamientos.

-Sí las Hermanas se enteran o nos descubren, no sé qué haré...

-Tranquila -musitó en cuanto ella termino de vendar la herida, que afortunadamente no había sido tan grave-. Me marcharé en este instante...

Tambaleándose, se levantó, se puso su chaqueta y fue hasta la puerta.

-Gracias... -musitó antes de girar la perilla, deseando quedarse un rato más y conversar cinco minutos con ella, esperando poder conocerla un poco; deseando preguntarle porque no había respondido uno solo de sus mensajes, aunque en el fondo estaba seguro de conocer la respuesta a esa pregunta.

Sin embargo, giro la perilla y abrió la puerta, encontrando un muro que en ese instante sería imposible de derribar.

-Terrence Grandchester... -musitó la hermana Gray, apartando su vista de él, para encontrarse la imagen de una pequeña rubia, en camisón-. Candice Ardlay...

Tan solo escucho su nombre, Candy tuvo la sensación de estar cayendo en un pozo sin fondo.

-Hermana; déjeme explicarle... -dijo, pretendiendo hacer algo.

-No hay nada que explicar -afirmo, con la actitud más fría que era capaz de poseer-. Todo es bastante claro. Hermanas; llévenlo a las celdas de castigo y espero que, así como has tenido la osadía de colarte en este dormitorio, tengas la madurez necesaria como para mantenerte en calma, hasta que sea requerida tu presencia.

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