02. Es Algo Dentro de Mí

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Es Algo Dentro de Mí

Mientras limpiaba su labio roto no podía dejar de pensar en aquel breve encuentro bajo el árbol y cuando sus miradas se cruzaron no pudo evitar percibir una profunda herida plasmada en lo más profundo del alma de aquel chico. Parecía rudo y su presencia ahí solo comprobaba que lo era, aún así, en el preciso momento en que él dejo de mirarla, tuvo la sensación de querer ayudarle, sin importar el precio, los esfuerzos o el costo que aquello conllevará. 


Pero entonces leyó el nombre que él había escrito en la papeleta y simplemente confirmo que debía ser prudente. Quería enorgullecer a su padre, quería demostrar que podía ser un digno ejemplo de lo que implicaba llevar su apellido y ser parte de su familia. Así que, siendo sensata, aquello era lo último que debía hacer en la situación en que estaba y solo se limitó a transcribir los datos que habían aportado en las papeletas, luego, sin ver más allá, las guardo y se volvió a enfocar en la carta que había estado escribiendo antes de que se viera en la necesidad de atenderles y aunque uno de ellos fuera su primo.

Mi querido Albert:

Hermano; ¿Cómo estás? ¿Cómo te va en la Universidad?
George vino hace unos días y me entrego los caramelos que me enviaste. Gracias. Estuvieron deliciosos. Los compartí con mis amigas y no dejaron de molestarme diciendo que esperaban que algún día les presentará a mí hermano, quien debía ser muy guapo y un buen partido.
Sé que si lo eres, pero lo que menos deseo es que termines tolerando el montón de chicas alebrestadas que son mis amigas.
Por otro lado, quiero que sepas que estoy bien, las clases van bien, he tenido problemas con la clase de ciencias pero ya hice una petición especial para que Stear pueda ayudarme a estudiar. También sigo ayudando a la Hermana Margareth en la enfermería; ¿Te conté que me aceptó gracias a que estuve insistiendo mucho tiempo?, también porque he estando leyendo libros sobre primeros auxilios y porque insistí con mi deseo de aprender algo, por si en algún momento necesitaba ayudar a papá.
¿Has recibido noticias suyas?
George solo me dijo que cada vez está más mejor, aunque no le creí una sola palabra.
Ojalá alguien me dijera la verdad.
Te extraño mucho, muchísimo, tanto como extraño a papá. Quisiera poder estar en casa todos juntos, como antes, y así al menos estar cerca de nuestro padre. Me atormenta la idea de que pueda estar solo y enfermo.
Por el momento, seguiré haciendo todo lo posible por portarme bien y tener buenas calificaciones, así al menos no seré una carga para él, en estos momentos en que necesita todo de si para recuperar su salud.
Te quiere.
Tu bien portada hermana.
Candice White Ardlay


La Hermana Margareth había llegado mientras ella pegaba la estampilla en el sobre que sellaba las palabras que había escrito para su hermano, y en cuanto el par de chicos revoltosos dejo la enfermería, la Hermana le había dado permiso para tener el resto de la tarde libre.
Fue hasta la biblioteca y deslizó la carta en el cajón que todos los estudiantes usaban como buzón y del cual, sólo la Hermana Gray tenía llave. Eligió un libro, hizo el trámite necesario y, decidiendo un momento de paz, camino rumbo a su alcoba.
Aquellos días le parecieron tranquilos. Había mentido a su hermano, diciendo tener montones de amigas, cuando en realidad, la única que le hablaba era la tímida Patricia O'Brien y solo cuando se encontraban en la biblioteca o en la lejanía del patio, además de una que otra vez en que se habían reunido en sus habitaciones. En realidad, ella había sido la única con quién compartió las golosinas que su hermano le había enviado, en una de esas pijamadas secretas que organizaban cuando la mayoría de chicas ya estaban en sus respectivas piezas o haciendo algo parecido a la reunión de ellas.
Aún así, los días comenzaron a hacerse monótonos para ella. Portarse bien implicaba una buena dosis de aburrimiento, sin embargo, el hacer ese sacrificio en nombre de su padre, valía la pena.
Solo algo había cambiado y era el que, al menos una vez a la semana, siempre durante las tardes, las visitas del joven Grandchester se habían vuelto algo constante en la enfermería. Dolores de cabeza, dolor de muelas, dolor de estómago, incluso un raspón insignificante...
Él nunca decía nada más allá de lo básico y sin embargo, siempre tenía la extraña sensación de que el deseaba decirle algo que no se animaba a expresar; y entonces ella se limitaba a transcribir los datos que había llenado en la papeleta y luego guardarla junto con las demás, que por si en algún futuro llegaba a necesitarlas, cada noche las resguardaba en un rincón de su ropero.
Entonces, un día, tan solo llegó a la enfermería, la Hermana Margaret le estaba esperando para informarle que la rectora solicitaba su presencia de manera urgente.
Tomando asiento, se mantuvo en calma, ella había hecho todo lo posible por mantener buenas notas y un buen comportamiento. Pero nunca espero el tono condescendiente con que la Hermana Gray se dirigió a ella.
—Señorita Ardlay; lamento ser yo, quien deba informante sobre el fallecimiento de su padre. Debe estar lista a las 6 pm. El señor Johnson vendrá por usted y deberá vestir el vestido más sencillo que posea, de preferencia alguno de color oscuro. Dado el lamentable suceso y que estamos en época de exámenes, se le concederá el permiso para que, a su regreso, pueda contar con el tiempo suficiente para estudiar y presentar dichas pruebas, además de ponerse al corriente por los días ausentes.
Aún sin poder asimilar la idea, aquella mujer le despacho, para que, sin ánimo alguno, se dirigiera a su alcoba y organizará cualquier pendiente que tuviera. Sin embargo, tan solo cruzó su puerta, no pudo hacer nada más que llorar.
Puntualmente y conforme a lo sugerido, a pesar de que en el colegio no tenía mucha ropa, vistió el vestido más sencillo que poseía y espero hasta que una de las Hermanas le acompañara hasta la oficina en donde George le esperaba junto con su hermano. Le alegraba verlo y aún así, tenía cierto temor de cualquier cosa que pudiera ocurrir con su destino. Después de todo y mejor que nadie, ella sabía que aquel buen hombre que acaba de fallecer, se había casado con su madre tanto porque la apreciaba, como por algo parecido a la compasión y la caridad; aún así, tenía su apellido y a su hermano o mejor dicho, hermanastro, quien quizá nunca la dejaría desamparada.
Aquellos días grises, en que tuvo que soportar tantas miradas sobre ella y escuchar tantas falsas condolencias, se habían convertido en algo agobiante, entre los cuales, solo podía permitirse un respiro al recordar la mirada triste pero retadora del chico Grandchester, a quien no había vuelto a ver en al menos dos semanas antes.

x – x – x

Regresar al colegio, aún siendo una Ardlay, de alguna forma había perdido la magia que, para ella, representaba portar dicho apellido.
No podía dejar de pensar en la forma en que conoció a aquel gentil hombre que la había tratado cual si fuera una verdadera hija. Los paseos que llegó a compartir con su hermano, su madre y su padre. La forma dulce en que aquel hombre siempre le había tenido paciencia, la forma firme en que alguna vez le disciplino, la fortaleza de carácter que le ayudo a construir a partir de que su madre muriera.
Amaba a ese hombre, era el único ejemplo de padre que había tenido a lo largo de su vida, era quien, a pesar de los comentarios del resto de su familia, incluyendo a la abuela; la había mantenido bajo su resguardo, adoptándola, brindándole una vida que muchas otras chicas desearían y construyendo en ella la idea de ser un integrante digno de la sociedad en que vivían y sobre todo, de su familia.
Pero antes de regresar a clases, sin que nadie se percatara de que ella estaba cerca la Abuela Elroy había manifestado su deseo de expulsarla de la familia, alegando que ella no llevaba su sangre y su generoso hijo solo la había recogido de la calle. Pero ahora que él no estaba y ella era una mujer mayor, no habría nadie que se hiciera cargo de su educación.
—¡Es mi hermana y yo no la abandonaré! —Albert había intervenido, dejando eso claro y sin permitir cualquier posibilidad a una contradicción, luego salió enfurecido, sin mirar a ningún lado.
Así fue como una vez más regreso al Honorable Colegio San Pablo, aún siendo una Ardlay, pero inevitablemente deprimida.
¿De qué servía seguir intentando ser una buena chica, si aquel a quien quería enorgullecer, ya no estaba?
Luchaba consigo misma, por un lado, quería que aquello no le importará para poder seguir deseando ser digna hija de su padre y enorgullecerle, sin importar que ya no estuviera en este mundo. Pero le resultaba complicado.
Sus notas bajaron, no volvió a la enfermería y simplemente se refugiaba en su alcoba, o iba a aquel árbol, donde trepaba, procurando pasar desapercibida luego de la cena, hasta que escuchaba la campana que indicaba que todos debían volver a su alcoba. Incluso, ni siquiera le importaba tanto que Patricia guardara sus distancias.
Sabía que aquello era una etapa que esperaba que pasara pronto. Deseaba volver a ser la Candy de antes, la que antes de la enfermedad de su padre, iba a escondidas a visitar a sus primos, deseaba volver a la enfermería y aprender cosas nuevas del Doctor Lenard y la Hermana Margareth, muy en el fondo, también deseaba volver a ver a ese chico de mirada triste y mala reputación, aunque de antemano sabía que, para enorgullecer a los Ardlay, no podía siquiera ser su amiga.

x – x – x

Durante ese tiempo, algo había cambiado en él. Estaba convencido de que, ella no había respondido uno solo de los mensajes que había escrito tras las papeletas, debido a su reputación de malandro y rebelde. Lo único bueno era que, sin importar cuán mal comportamiento tuviera o cuántas clases se saltará, siempre conseguía buenas notas.
No era el primer lugar en aprovechamiento, quizá nunca lo sería, sin embargo, al menos en ese aspecto no se fallaba a sí mismo.
Estaba convencido de que, si trataba de ser más regular en clases y de no fugarse tanto del colegio, tal vez, quizá tal vez, ella al menos accedería a finalmente dar un paseo en su compañía.
No es que deseara cortejarla, simplemente le causaba curiosidad y había reconocido, en el fondo de su mirada, tras aquellas lagunas verdes que eran sus pupilas, una tristeza, enterrada casi tan profundamente, como la que el guardaba. Él, simplemente, quería ser algo de ella y para ella; aunque por el momento aún luchaba consigo mismo, tratando de convencerse de que solo quería ser su amigo, aunque en algún momento hubiera escrito algo diferente.
Por eso se había enfocado en estudiar para los exámenes, para estar, al menos un poco al corriente en las clases que solía saltarse. Pero, tener esa dulce mirada clavada en sus pensamientos, no le dejaba siquiera concentrarse. Por eso, aquella tarde, con genuino dolor de cabeza, fue a la enfermería esperando encontrar a la chica que se había adueñado de sus pensamientos; lamentablemente, no la encontró ahí y durante varias semanas, no la volvería a encontrar, hasta que con el tiempo, simplemente comprendió que quizá ella no volvería a la enfermería.
Pero los exámenes habían terminado semanas atrás y él no había tenido un solo momento de diversión desde mucho antes de conocer a aquella chica, además la noche era fresca, así que... ¿Por qué no? Después de todo, quizá era mejor continuar con su reputación.
Sin pensarlo más, tomo algo de dinero, lo coloco en su billetera y salió, dispuesto a no volver sobrio.
Y justo eso hizo; regreso al colegio gracias a la ayuda de alguien, completamente ebrio y para colmo, herido. Cruzó el pasillo hasta llegar a su recamara, sin embargo, tan solo hizo un poco de ruido, pudo notar que no estaba solo, como debería.


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Sigo con problemas técnicos, espero puedan comprender.
Gracias chicas, si puedo solucionarlo, les traigo otro capítulo 😉

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