10. A Veces no Quiere Decir Nada

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¿Qué es el Amor?
A Veces no Quiere Decir Nada

El viaje hasta el aeropuerto le había parecido eterno y silencioso, pero no por su acompañante, sino porque ella misma estaba inmersa en sus pensamientos.

Le había escuchado claramente diciendo que le amaba y le seguiría amando, pero no estaba tan convencida de que estuviera diciendo la verdad. Tal vez solo lo había dicho para aminorar su dolor, pero por alguna razón deseaba creerle, le creía.

—¿Qué te tiene así? —mientras esperaban para abordar, Albert no pudo más con la incertidumbre.

—Nada —le miró y supo que no se conformaría con aquella respuesta—. Quería ir a Cambridge.

Al rubio le dolía ver a su hermana en aquella situación y también había esperado que ella estudiará cerca de él. No para sobreprotegerla o controlarla, simplemente para que no estuviera sola. Después de todo, era solo una chica de dieciséis años que, gracias a la enfermedad de su madre había sido inscrita a la escuela un año antes de lo que debía, para después, gracias a su potencial y la cantidad de tutores que su padre le había procurado, lograr adelantarse un año. Por eso se graduó a esa edad y no a los dieciocho. Por eso estaba sumamente preocupado y había renegado de las opciones que George le había sugerido, aunque al final, no tenía muchas opciones.

—¿Quieres un café? —retrasando el momento de su abordaje, pronunció el primer pretexto que se le ocurrió.

—Pero ya casi es hora de...

—Vamos Candy —sonreía—. No pasa nada si atrasamos el vuelo —era cierto, ya que el avión era propiedad de la familia.

—Esta bien.

Luego de alejarse para realizar un par de llamadas y cancelar el vuelo; le condujo hasta salir de la sala de espera y cruzaron parte del aeropuerto, hasta encontrar una cafetería. Mientras esperaban a que llevarán su orden, fue cuando el rubio tocó el tema.

—Tengo muchas cosas de las que ocuparme y lo sabes.

—Sí. Lo sé. Ha sido así desde que enfermo papá y lo que menos deseo es ser una molestia para ti —era sincera.

—Es justo por eso que yo también quería que estuvieras en Cambridge —era la primer vez en que le escuchaba decir algo así—. Pero debido a los problema con la abuela, es que George sugirió que era mejor mantenerte lejos.

—Pero Albert...

—Lo sé —le interrumpió—. Por el momento, la abuela seguirá en la residencia, pero mañana viajará a París; mientras eso pasa, supongo te podremos quedarnos en el apartamento en que estabas —ella sonrió entendiendo lo que implicaban sus palabras, aunque no tardó en borrar la sonrisa.

—Ya no tengo la llave de ese apartamento.

—Entonces pasaremos la noche en algún hotel. El punto es que, no podemos regresar a la residencia, ella sigue dándote por perdida y le dije que iría a atender un negocio en Nueva York.

—¿Y después?

—Tendrás que averiguar si aún hay forma de que te acepten en la facultad de medicina —volvió a sonreír con entusiasmo—. Mientras, buscaré algún departamento.

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