Tomé desesperadamente mi móvil y llamé a Joseph, respondió de inmediato.
—¿Dónde estas? ¿Estas con Ximena? —Dije desesperada.
—Si, estoy apunto de llegar al colegio. ¿Qué pasa amor? —Se preocupó.
—No la dejes en el colegio. Tienes que venir a casa ya. Por favor. —El alma me volvió al cuerpo, mi pequeña estaba bien. A salvo.
—Tranquilízate un poco y dime qué pasa. —Me dijo.
—Te explicó en cuanto llegues. —Dije. Colgué el teléfono.
Joseph no tardó en llegar con nuestra pequeña. Exhalé de alivio al verla bien.
—¿Qué pasa amor? —Preguntó Joseph.
—Es Santiago. Me envió una foto del colegio de nuestra hija. Está atormentándome, estoy segura de que es el. —Dije.
—Bien, lo mejor será que ustedes se queden en casa. Estarán bien con la seguridad, dame tu móvil, iré con la policia, quizá con eso podamos encontrar donde se esconde ese idiota. —Dijo. Asentí.
—Cuídate mucho amor. —Lo miré.
—Estaré bien. No salgan de la casa. —Me besó.
Joseph fue con unos buenos amigos en la policia, dijo que rastrearían el móvil para obtener la dirección. Mientras Ximena se quedó dormida, ella también había estado un poco preocupada estos días, después de todo le tenía mucho cariño a Santiago.
—Señora, tiene que venir conmigo usted y la niña. —Dijo un hombre de seguridad.
—¿Pasa algo? —Pregunté.
—El señor quiere verla, parece que la policia encontró algo. —Dijo.
—Está bien. Iré por la niña. —Dije. Desperté a Ximena y la dejé en el auto. Tomé mi bolso. Iba a llamarle a Joseph pero no encontraba mi móvil.
—Señora, se hace tarde. —Dijo el mismo hombre de seguridad.
—Ya voy. ¿No has visto mi móvil? Quería llamarle a Joseph. —Dije.
—No. Pero no es necesario estaremos en minutos con el, ahora tenemos que irnos. —Dijo, asentí y me subí al auto junto con Ximena.
Noté que el hombre comenzó a conducir rápido y cada vez se alejaba más de casa, de la ciudad.
—¿A donde vamos? —Pregunté. —¿Dónde está Joseph? —Dije.
—Tranquila señora, llegaremos pronto. —Dijo.
—Detén el auto. —Dije.
—Estamos a quince minutos de llegar señora, el señor le dará las explicaciones. Santiago anhela verle. —Sonrió.
—¡Detén el puto auto ahora! —Dije.
—Le aconsejó que no Grité, y no intente nada, aunque quiera usted no podrá abrir las puertas. Además su hija está aquí y ninguno de los dos queremos que su hija salga lastimada así que cállese. —Dijo.
—Vas a pagar esto muy caro, te lo juro. —Dije, él rió.
Estoy en problemas.