El inicio del Cambio

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El eco de las pisadas de Hornet resonaba fuerte y claro en aquel oscuro y siniestro antro, aquellos eran los calabozos, una zona oculta y de muy difícil acceso donde se mantenían a los peores criminales de Nido Profundo a la espera de sus sentencias. En realidad la mayoría de las celdas estaban vacías, no eran muchos los rufianes que terminaban en ese lugar, la mayoría morían antes, pero ocasionalmente alguno era capturado o por alguna razón era mantenido con vida, y en esos casos se usaban los calabozos.

Ahora la reina araña estaba a punto de encontrarse con el criminal que había atacado a sus preciosos huevos. Antes de tenerlo al frente Hornet se dio un tiempo para respirar profundamente y tranquilizarse, la rabia que sentía contra ese individuo podría llevarla a matarlo y ella no quería eso, necesitaba interrogarlo, saber si habían más personas confabuladas para eliminar a su descendencia.

Cuando ya se sintió lo suficientemente preparada, con una señal le indicó al guardia que la guiara hasta el prisionero y cuando lo tuvo al frente, toda ansia asesina que hubiera tenido se disipó.

El bicho en cuestión era una araña, una que lucía sumamente lastimada, tenía tres de sus ocho patas vendadas, habían numerosos arañazos en su cuerpo, pero lo más impresionante era su rostro, su mandíbula estaba destrozada, o al menos así se veía. Hinchada y con heridas terribles.

—¡Uuuug! ¡Nhhnggg nhhnnnggg! —Gritó la araña arrastrándose hacia la reina hasta que chocó contra las rejas de su celda.

—¡Por Wyrm! Este tipo luce horrible... —dijo Hornet asqueada—. No hacía falta que se ensañaran de esa manera ¡Era a mí a quien le correspondía decidir su castigo!

—Aunque no lo crea, nosotros no le hemos hecho nada más que sanar sus heridas. Así fue como lo capturamos, esa sirvienta suya fue la que lo dejó así.

—¿Ania? ¿¡Ella hizo todo esto!?

Hornet estaba admirada, nunca esperó que su sirvienta personal fuera capaz de tal cosa, pues a simple vista parecía una típica araña de casa, más habituada a tareas domésticas que a luchar contra oponentes poderosos, pero asumió que en casos extremos hasta la más débil de las criaturas es capaz de sacar todo su poder con tal de defender su vida, o la de sus seres queridos.

En verdad le estaba muy agradecida por haber protegido sus huevos con tal fiereza, pero su exceso de entusiasmo había resultado ser un problema, pues ahora el prisionero con su mandíbula destrozada era incapaz de articular palabra alguna, solo podía emitir balbuceos incomprensibles, no podrían obtener ninguna información útil de él en un interrogatorio.

—¿No hay forma de que pueda hablar otra vez? —Preguntó Hornet al guardia.

—Pues.... La verdad su pronóstico no es muy prometedor. Aún cuidando sus heridas de forma apropiada podría nunca volver a hablar y si lo logra, los médicos dicen que tardará un largo tiempo en lograrlo. Por ahora de por sí su gran desafío es sobrevivir, no puede masticar su comida, tenemos que alimentarlo con carne molida.

Un escalofrío le recorrió la espalda a la mestiza, gracias a Ania este tipo ya estaba recibiendo un castigo ejemplar, dudaba que tuviera ganas de dañar huevos indefensos otra vez. Pero más allá de su penitencia, lo que le importaba era tener información de los otros involucrados que querían ver su descendencia muerta.

—¿Puede escribir? —Preguntó la monarca—. Si al menos puede comunicar algo ya me basta.

—La verdad tiene algunas dificultades para tomar utensilios y otras cosas. Con sus patas heridas como las tiene ni siquiera ha podido tejer, mucho menos va a poder tomar un lápiz. Pero... Sus extremidades tienen mejor pronóstico, en un par de semanas recuperará toda su movilidad y en ese sentido podrá tener una vida normal.

JamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora