Cumbre de Cristal

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Aquel día, cuando Ania abrió la puerta de la guarida de la reina y entró, encontró a Hornet esperándola en la entrada con expresión expectante y bastante inquietud. En realidad no le extrañaba, luego de que le había hecho enviar cierta carta, cada día por la mañana cuando volvía de ir a buscar el periódico, estaba junto a la puerta con una mirada de expectación e inquietud y siempre le hacía la misma pregunta.

—¿Ha llegado alguna carta del rey Big?

—No mi reina, aún no hay respuesta.

—¡Pero qué rayos pasa! Big nunca se tarda tanto en contestar ¡Ya van cuatro días! Justo ahora que realmente necesito su ayuda ellos no la brindan ¡Maldición! —Descargó su rabia pateando una silla que estaba cerca.

—Quizás... Ha estado muy ocupado —dijo el arácnido con algo de nerviosismo.

—Con él eso no es una excusa, debido a lo poco que duerme tiene más tiempo que la mayoría de los bichos ¿Qué le cuesta tomarse unos minutos para escribirme unas pocas letras?

—Mi reina no se altere, no creo que sea bueno para su salud.

—¡Me voy a alterar lo que yo quiera! ¡Esto es urgente! ¡Mis niños están en peligro! No quiero vivir enferma de la preocupación pensando en que cualquier día los pueden matar sin ninguna razón... Se acabó, voy a ir yo misma al castillo. —Hornet comenzaba a caminar hacia la salida hecha una furia cuando Ania la detuvo.

—Pero majestad... ¿Recuerda que debe organizar los presupuestos para gastos públicos del año que viene? No le queda mucho tiempo para entregar el informe, si va al castillo perderá toda la tarde.

—¡No me importa! ¡Mis hijos son primero!

—Pero... ¿Y si la culpa no fuera de Big?

—¿Qué quieres decir Ania? —Hornet la miró con sospecha.

—Si por algún motivo... La carta no hubiera llegado... Iría al castillo a armar un escándalo por nada y pasaría una tremenda vergüenza...

—¿Y por qué no llegaría la carta? ¿Acaso sabes algo que yo no?

—¡Claro que no mi reina! Solo barajo todas las posibilidades, ya que usted dijo que es muy raro que Big no conteste, quizás hay una razón para eso.

—¿Sugieres que el servicio de correo perdió mi carta?

—¿Quizás? —Ania cada vez estaba más nerviosa, no quería involucrar a otros en este problema.

Sin decir palabra, Hornet comenzó a caminar hacia su oficina con pasos pesados, casi se veía salir humo de su cabeza por la furia que proyectaba.

—Mi señora... ¿A dónde va?

—Pues a escribir otra carta, mañana yo misma la iré a dejar y tomaré la identidad del cartero y del ciervo que las transportarán, por supuesto también pondré una queja en la oficina de correspondencia ¡Esto es inaceptable!

La sirvienta no pudo replicar a sus palabras, la pérdida de la carta era su culpa y se sentía fatal de que otros tuvieran que pagar por eso, pero si decía la verdad, Hornet se enojaría con ella, quizás incluso la despidiera. Agachó la cabeza y se retiró a seguir con sus labores de limpieza deseando que todo se solucionara de alguna forma, la angustia la mataba.

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Bellos cristales cubrían las paredes de la cueva que el caballero y la mantis exploraban, eran brillantes, y de todos los tonos de rosa posibles, algunos incluso eran algo más oscuros, de un color casi morado.

JamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora