Capítulo 22| No somos culpables

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Noah🫀

El día está gris. El cielo nublado parece estar compaginado con mi humor de hoy. Con los brazos cruzados sobre mi escritorio y mi cabeza recargada en ellos solo me dedico a mirar a través de la ventana. Quisiera decir que apenas me estoy levantando, pero la verdad es que ni siquiera pude dormir, no cuando sabía lo que me esperaba si lo hacía. Mis ojos siguen a la pequeña ave que revolotea por los cielos, libre e ignorante del hoyo que cada vez se hace más grande en mi pecho.

Mis párpados ruegan para que los deje descansar, pero no puedo permitírmelo. No hoy. Hoy no soy lo suficientemente fuerte. Últimamente me siento en un barco a la deriva, solo esperando el momento en que el mar me tragara y acabara por fin con mi tristeza.

Ocho años. 2,920 días desde su partida. Y aún no era suficiente para mitigar el dolor que su ausencia aún acarrea. Y ni siquiera sé si algún día lo haría. Odio la forma en que me siento, tan insignificante, tan culpable. El vacío que se extiende más de lo habitual cuando evoco su recuerdo parece querer acabar conmigo. Sin embargo; me lo merezco. Es mi culpa que ella no esté aquí, y yo de alguna manera tengo que sufrir las consecuencias.

Mis ojos están perdiendo la batalla, el hilo de mis pensamientos poco a poco se va difuminando, hasta que finalmente y en contra de mí me veo envuelto por la inconsciencia.

—Mamá —la llamé, sosteniendo mi manta contra mí.

La negrura de la noche pintaba la habitación y la lluvia golpeaba con fuerza la ventana, los relámpagos se dejaban ver cada tanto y no podía evitar sobresaltarme cuando los estruendosos truenos reverberaban en los cielos.

Debería estar dormido en mi habitación, pero la tormenta me asustó y a parte la luz se fue. No quería estar solo.

—Mamá —la llamé por segunda vez, asustado y con el labio tembloroso mientras tanteaba la pared en busca de la puerta de la habitación de mis padres.

Escuché una puerta abriéndose y seguidamente su voz.

—Aquí estoy, bebé —dijo con voz suave, tomándome de la manos para acercarme a su pecho. Inmediatamente me sentí seguro cuando escuché su corazón palpitar en mis oídos.

—No soy un bebé —me quejé, sorbiendo mi nariz al tiempo que la rodeaba por el cuello con mis brazos. Ella no tuvo más opción que cargarme.

—Claro que no. Discúlpeme, señor Crawford —murmuró divertida, aún en brazos me llevó a la cama, donde papá nos veía con su típica mirada de adoración.

—A los siete años ya es todo un adulto —secundó papá, abriendo las sábanas para que pudiéramos entrar.

Quedé en medio de ellos, apoyado en el pecho de mamá y el fuerte brazo de papá abrazándonos a los dos.

—Te quiero mucho, mami —murmuré, sintiéndome a salvo en medio de ellos dos. Los truenos seguían rugiendo afuera, pero ya no tenía miedo.

—¿Y a mí no? —Preguntó papá en un tono juguetón, pinchando mis costillas.

—Sí, pero a mami más —contesté, riendo.

—Te entiendo —comentó, riendo en voz baja.

Mamá y él se estaban mirando, esa mirada tan llena de amor que en aquel entonces no sabía interpretar, pero que con el pasar de los años comprendí su significado.

Los mejores amigos no se besan (Nueva Versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora