Capítulo 23| Cuidémonos mutuamente

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Ellery🌷

Él presiona un beso en mi frente, dedicándome una mirada mientras su dedo delinea mi barbilla.

—Gracias —dice, la sinceridad más clara que el agua en su voz.

—No tienes que agradecerme —digo, bajito, mi mirada yendo a mis pies antes de subirla nuevamente a su ojos. De repente me siento cohibida, vulnerable.

—Sí tengo —replica, tomando mi mano para seguirlo cuando nos saca de la ducha. Me deja sobre la alfombra mientras saca una toalla, volviendo para secarme la cabeza.

No dice nada más, dedicándose a la tarea de dejarme medianamente seca.

—Noah…

Trato de decir algo, lo que sea, como un chiste sin sentido porque realmente no me gusta sentirme como me siento ahora. La vulnerabilidad es realmente incómoda. Sé que Noah no haría algo que contribuya a mi malestar, pero no estoy acostumbrada al sentimiento. Por eso odio tantito el asunto de las emociones, soy un asco con la mayoría de ellas.

—Déjame buscarte algo de ropa. No quiero que te vayas a resfriar —dice, saliendo del baño.

Suspiro, viendo mi reflejo en el espejo ovalado sobre el lavamanos. Resumiendo: soy un desastre. Le agradezco al rizado cuando me deja una muda de ropa antes de salir nuevamente. Me quito la mía mojada para ponerme la suya toda seca y calientita. Claro que parezco estar nadando entre su ropa, solo su camiseta me queda dos dedos por encima de las rodillas, pero no me quejo. Además, huele a él.

Cuando salgo, Noah quita la ropa húmeda de mis manos y sale de la habitación, diciendo que la llevará a secar. Suspiro, cayendo sentada sobre su cama.

¿Ahora qué?

Gateo sobre el mullido colchón hasta acomodarme entre las sábanas, y sí… eso lo hace.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Pregunta mi chico, mirándome con la ceja arqueada al tiempo que cierra la puerta tras él.

Sí, he decidido que lo llamaré así por el momento, al menos en mi cabeza. Mi Noah, mi mejor amigo, mi chico… Dios, no debería sentirse tan bien llamarlo así, pero lo hace. Siento como el rostro se me enciende ante mis pensamientos.

—¿Acomodando mi trasero para ver una película? —Pregunto, algo insegura, mi rostro medio escondido tras el edredón.

Él niega con la cabeza, farfullando algo entre dientes que suena a «pequeña irresponsable», pero antes de que tenga tiempo de indignarme el muy desgraciado me toma de los pies y me jala hasta él.

—¿Qué cara…?

—Tenemos que secar tu bonito cabello primero —interrumpe, tomando un mechón húmedo mientras que su brazo libre se apoya a mi costado. Desde aquí veo cada perfecto detalle de su cara y me muerdo el interior de la mejilla para no suspirar—. Lo último que quiero es que te enfermes, y lamentablemente tu sistema inmunológico es peor que el de los pollitos de colores que Helena compraba cuando éramos niños.

Hundo el ceño y vuelvo a la realidad, confundida sobre lo que eso significa. Aunque por su forma de decirlo no es precisamente algo bueno.

—¿Me ofendo o no?

Él ríe, ayudándome a pararme. Cuando estoy en toda mi altura a penas llego a rozar su barbilla, sin embargo; no tengo que preocuparme por eso, pues él se encorva un poco hasta estar a mi altura.

No puedo evitar la calma que se asienta en mi corazón cuando me topo con su mirada, la cual a diferencia de cuando llegué, se encuentra más despejada. La tristeza sigue ahí, escondida en su iris, pero no está tan presente como antes. La sonrisa que decora sus labios me hace saber que se siente un poco más liviano.

Los mejores amigos no se besan (Nueva Versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora