«Capítulo 2»

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Habían pasado dos semanas desde que abandonara el hospital. Los primeros días había tenido miedo a salir a la calle él solo y de volver cuando había anochecido, pero para la segunda semana ya se había olvidado de eso y era capaz de ir a cualquier sitio sin temer a nada.

Apoyó la cabeza en la pared de atrás. De nuevo estaba en el tren, aunque esta vez no se parecía a la del día de su atraco. Era de día, y no se dirigía a su casa desde el gimnasio, sino que se bajaría en la parada anterior —no solía frecuentar barrios que no eran el suyo, pero esta era una excepción muy importante—. Tampoco iba fijándose en nadie de su vagón. Su mirada estaba puesta en el papel que le había dado su madre; en él, afortunadamente, además del teléfono, también ponía la dirección de su domicilio. No sabía si estaba haciendo bien, si aquello era lo correcto, pero sus pasos le llevaron de forma automática a la puerta de la casa y, sin apenas dudar, llamó. No tuvo tiempo para arrepentirse o marcharse de allí, ya que le abrieron la puerta casi de inmediato. Estaba nerviosísimo. Por suerte, fue Jisung quien apareció al otro lado, dedicándole una sonrisa cuando le reconoció.

—Hola —dijo intentando disimular su sorpresa—. Veo que estás mucho mejor.

—Hola, Jisung —saludó el castaño, pero le temblaba la voz. Durante un segundo, se preguntó qué estaba haciendo allí—. Solo he venido a darte las gracias por lo que hiciste —sonrió, mirándolo—. Siento presentarme así, sin decir nada y sin avisar. Quizá estabas haciendo algo importante y yo...

—No —se apresuró a cortarle el otro. Al darse cuenta de lo brusco que había parecido, agachó la cabeza, y, controlando su tono de voz, añadió—: No, la verdad es que no estaba haciendo nada importante.

—Entonces... ¿te apetece dar un paseo conmigo? —Minho sonrió—. Me gustaría invitarte a tomar algo para agradecerte por tu ayuda.

Sabía que diría que sí. Ambos lo sabían.

Minho esperó a que Jisung recogiera su celular y miró hacia arriba con alegría; parecía que el tiempo le acompañaba con un cielo despejado y un sol radiante.

Fue un día entretenido para él; entraron en una cafetería cercana y poco concurrida, alargando el café para no acabar la conversación. El olor del establecimiento hacía que tuvieran ganas de seguir allí dentro, calentitos y cómodos. Descubrió que los dos se llevaban casi dos años, Minho era mayor, y estudiaban en el mismo campus de la universidad. Minho lo escuchaba atento e interesado, compartiendo también parte de su vida con el menor. Sin darse cuenta, al primer café le siguió un segundo, y más tarde llegó el tercero. Se quedaron hasta que el alumbrado de las farolas sustituyó a la luz del sol. La calle empezaba a estar transitada por la gente que salía de trabajar y regresaba a sus hogares.

—Es hora de que me vaya —dijo él, mirando su reloj—. Con lo del atraco, mi madre se preocupa fácilmente.

Sonrieron, cruzándose sus miradas durante un instante para luego agacharlas.

—Espero volver a saber de ti, Minho —comentó Jisung—. Seguramente nos veamos en el campus.

—Seguramente —repitió con convicción el mayor—. Te acompaño a casa, me queda de camino.

Evidentemente, había otros trayectos mucho más cortos para llegar a su parada de tren, pero quería disfrutar un rato más de su compañía: Jisung era para él un chico anónimo, sin presencia en su vida, pero que había entrado en ella como un vendaval.

—Te veo alegre. Me diste la impresión de ser un chico más serio cuando te conocí.

Andaban por una calle adoquinada, uno al lado del otro, con las manos en los bolsillos. Se respiraba tranquilidad por aquella parte de la ciudad.

—Cuando me conociste, estaba pensando en otras cosas —sonrió el mayor, como queriendo quitarle hierro al asunto.

—¿En qué cosas? —preguntó Jisung. Realmente le interesaba aquello—. ¿En el atraco?

Minho negó con la cabeza.

—En esos chicos —contestó—. El atraco me daba igual, pero no entiendo por qué tuvieron que pegarme... Es rabia.

Jisung no dijo nada; sabía que Minho iba a continuar hablando.

—Ellos no necesitaban mi dinero. Ni mi móvil. Ni nada. Entonces, ¿por qué lo hacen?

—Les parecerá divertido, supongo —concluyó Jisung con ironía—. Hay personas que son así. En todas partes, no solo acá.

—Ese es el problema —suspiró resignado—. Ese es el problema...

Llegaron a la casa de Jisung justo cuando Minho decía esa última frase.

Era una de las pocas veces en las que se había sentido a gusto contándole a alguien sus pensamientos.

—Un placer volver a verte, Minho —Jisung sonrió de forma amigable—. Te llamaré un día de estos para tomar algo si tienes tiempo y si quieres, claro.

—Claro que quiero —contestó Minho sujetando la puerta mientras el menor entraba—. Esperaré tu llamada.

Ambos se dedicaron una mirada cómplice, y sonrieron.

—Adiós, Minho.

—Adiós.

El delgado chico cerró la puerta tras él. Aunque lo lógico en ese momento era marcharse, Minho se quedó aún un rato en la puerta, con la mirada perdida en la fachada de la casa de Jisung. El claxon lejano de un coche le devolvió a la realidad, y miró la hora. Era muy tarde, su madre comenzaríaa preocuparse.

Se dirigió lo más rápido que pudo a la estación y solo se relajó cuando se subió al tren. El trayecto era muy corto, solo una parada, pero se sentó igualmente, ya que notaba malestar en la espalda. Las contusiones aún no habían desaparecido del todo.

Con disimulo, empezó a observar a la gente del vagón. Su costumbre por hacerlo se había acentuado tras el percance. Más de lo mismo, lo habitual: hombres y mujeres que volvían cansados del trabajo, y algún que otro niño. Sin embargo, dentro de esa aparente normalidad, algo le llamó la atención.

Había cruzado la mirada con un chico situado en la parte trasera del vagón. Se veía mayor que él y llevaba una gorra negra, la cual no cubría su cabello rubio por completo. Vestía unas prendas bastante holgadas de color negro, y pese a estar sentado, no se había quitado de la espalda lo que parecía ser una pesada mochila. El rubio iba leyendo un libro, pero no esquivó la mirada cuando se dio cuenta de que Minho le estaba observando. La parte delantera de su gorra le cubría un poco sus ojos grises, y su mirada era la más intimidante que recordaba haber visto nunca.

El combate de miradas lo ganó el rubio, que siguió escrutándolo incluso después de que Minho agachara la cabeza. Por eso agradeció que tuviera que bajarse ya y, sobre todo, que el desconocido no lo hiciera con él.

Salió al andén, dejando paso a una manada de personas que querían subir al tren antes de que cerraran las puertas. Caminó hacia la salida sin mirar atrás, tratando de olvidar al rubio que, ahora desde la ventanilla, no le quitaba los ojos de encima.

¡Hola!

Estaré subiendo los capítulos que ya tengo terminados de a pocos.

¡Gracias por leer!

Wings Flap ➳ MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora