«Capítulo 6»

572 75 13
                                    


Se encontraban en lo alto de una de las montañas, ocultos entre los árboles, que les proporcionaban sombra y refugio. El rubio y Minho estaban entrenando. El mayor le estaba enseñando a pelear con una especie de vara de acero, cuya superficie estaba primorosamente decorada. El mayor lo llamaba espada, pero Minho no estaba muy seguro de que lo fuera. Al principio, el castaño no entendía para qué le serviría aquello, así que se lo preguntó al rubio a la primera oportunidad.

—Porque has de aprender a usarla como lo hacían tus antepasados —le explicó el mayor—. Para defenderte y enfrentarte a los problemas que te depare el futuro —sujetó la vara por el medio, dejando la mitad apoyada en su antebrazo. Minho envidiaba su agilidad con ella—. Nuestro mundo no se parece al que conocías antes. Nosotros nos regimos por leyes más duras... No cuentes con que nadie te ayude cuando estés metido en un lío. Por eso, debes ser capaz de salir de él por ti mismo.

Minho estaba acostumbrado a una vida tranquila, sin complicaciones —exceptuando algunos enfrentamientos más violentos, como el último que tuvo con sus atracadores—; pero, aun así, practicó hasta alcanzar la agilidad, la fuerza y el control necesarios para manejar la espada. El rubio le levantaba todos los días muy temprano, se lo llevaba apartado del grupo y lo entrenaba sin descanso, hasta que el sol se ocultaba; acababa tan exhausto, que solo deseaba dormir a pierna suelta toda la noche.

—Creo que por hoy es suficiente —le dijo el mayor al atardecer.

Se sentó en una roca e invitó con la mano a Minho a hacer lo mismo. Había sido un día realmente duro, pero el castaño estaba feliz. Por primera vez se sentía ágil, y el enfrentamiento rutinario con el mayor había sido muy igualado. Minho se sentó a su lado para recobrar fuerzas y, tras algunos segundos, decidió romper el silencio.

—Maestro... —se le hacía raro llamarlo así, pero el rubio no le había dicho ningún otro nombre y todos los demás le denominaban así.

Inesperadamente, el rubio rió.

—Minho, tú puedes llamarme por mi nombre. Me llamo Bang Chan.

Aquello lo agarró por sorpresa, aunque desde hace días se había fijado que los únicos que lo llamaban por su nombre eran Jaebum y Jinyoung. Quizás era porque ahora, él también era parte de los adultos del grupo.

Sonriendo de vuelta, el castaño continuó.

—Chan, ¿qué somos?

Chan esbozó una sonrisa y lo miró con ojos burlones. No contestó. Minho llevaba con esa espina clavada desde el comienzo de aquello y necesitaba hablarlo. Necesitaba saber en qué se había convertido a cambio de renunciar a su anterior vida.

—No somos normales —continuó, meditabundo—, y tampoco sé cómo llamarme. Ni siquiera sé si puedo considerarme humano o no. No sé si, tal vez, soy un... ángel —terminó diciendo, asignándole a esa última palabra un tono interrogativo.

—¿Ángel?

—Sí, puedes llamarnos ángeles si quieres. Ese ser alado que un hombre vio hace miles de años y atribuyó a la creación de Dios era uno de nosotros, sin duda —suspiró—. Lamentablemente, eso no nos confiere ninguna característica angelical.

—¿A qué te refieres?

Chan se levantó con torpeza de la roca, se sacudió los pantalones y le miró de arriba abajo desde esa altura.

—Cuando te ves en el espejo, ¿acaso no piensas que eres un humano?

—¡Claro que lo pienso! —Minho estaba seguro de aquello—. Pero mis alas me hacen cambiar de parecer muchas veces.

Wings Flap ➳ MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora