Final

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Aterrizó cerca de un molino viejo, ya entrada la tarde. La edificación estaba en ruinas y daba la impresión de que, si entrabas, se te caería encima. Pero no había duda, ese era el lugar donde el Clan de las Alas le había citado.

Recorrió a pie los últimos metros que le separaban de ella. Había un hombre custodiando la puerta, que se acercó a Minho corriendo en cuanto le vio; las alas en su espalda dejaban clara su condición.

—¡Las manos donde pueda verlas! —el hombre levantó la espada que llevaba en su mano, en posición de ataque—. ¡Vamos! —le gritó con ferocidad.

—No voy armado —Minho sonó tajante y amenazador, mostrando los dientes y haciendo caso omiso a sus indicaciones—. Y no pienso dejar que me ates las manos.

—Como no lo hagas, te juro que te...

No había terminado la frase cuando Minho se lanzó a su cuello, agarrándole con el antebrazo y a un solo movimiento de rompérselo. El secuaz intentó zafarse, pero Minho apretó con más fuerza aún.

—Te lo repetiré solo una vez. Vamos a ir a ver a tu jefe y a mi chico, y voy a ir sin que me ates. No me escaparé, te doy mi palabra; me pondré la mochila si tanto miedo tienes de que lo haga. Pero no me vas a atar —tiró de su cuello; el soldado gimió de dolor—. ¿Está claro? —el otro asintió, provocando en Minho una sonrisa educada—. Así me gusta.

Minho le soltó sin bajar la guardia, porque ese tipo de gente solía ser muy traicionera; sin embargo, tuvo la suerte de toparse con un cobarde incapaz de acercarse a menos de tres metros de él. Minho se puso la mochila con lentitud y echó a andar delante del soldado en dirección al molino. No estaba nervioso ni tenía miedo. Tan solo quería ver a Jisung.

El interior estaba en tinieblas y apenas se veía nada. Algunas ventanas y huecos en las paredes dejaban entrar a los últimos rayos de sol, pero aparte de eso, no había más que algunas antorchas repartidas por la estancia. Cuando Minho entró, se movieron tres personas, tres soldados, que miraron a su compañero cuando vieron que no le había atado. Se mantuvieron a cierta distancia. Ninguno parecía lo suficientemente valiente y fuerte como Baekjun.

Minho se dirigió sin temor al de su derecha, que parecía el mayor de ellos.

—¿Dónde lo tienen? —clavó los ojos en él, que le miró confundido. La segunda vez ya no lo dijo educadamente: lo rugió—. ¡Jisung! ¡¿Dónde está Jisung?!

—No consiento que grites así a mis chicos —se escuchó decir a alguien—. Ellos no tienen la culpa de que no cuides tus cosas.

Minho desvió la mirada hacia la zona más oscura de la sala, de donde procedía la voz. Estaba tan concentrado escrutando las sombras que no se dio cuenta de que los soldados se apartaron un poco de él. Era una voz femenina, cuyas palabras reverberaron por las paredes del molino, creando una especie de coro agudo que resultaba molesto al oído.

Minho se preparó para atacar y esperó a que la dueña de esa voz avanzara y diera la cara. Pero, en lugar de eso, vio cómo los pies de una persona que conocía salían hacia la zona iluminada... hasta dejarse ver por completo.

—¡Jisung! —su impulso fue correr hacia él, pero uno de los soldados, el que estaba más cerca de él, le cogió por atrás, bloqueando sus brazos. Minho le propinó una coz y luego un codazo que le dejó tirado en el suelo, sangrando, pero los otros cuatro soldados ya se habían echado sobre él y consiguieron frenar su avance hacia el chico—. ¡Jisung! ¿Estás bien?

El menor tenía la cabeza agachada y las manos atadas a la espalda. Un alado más corpulento que los anteriores lo escoltaba por detrás, comiendo sus pequeñas manos sin mucho cuidado.

Wings Flap ➳ MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora