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TOMÁS

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TOMÁS

Después de lo que me dijo Sofía necesitaba salir, esa casa tiene muchos recuerdos y no quería estar más ahí.

Estuve caminando durante horas y decidí entrará en un café, para mi mala suerte el idiota de Marcel estaba ahí.
Claro que había hablado más con él de lo necesario en los pasillos del instituto, puede que no fuéramos los mejores amigos, pero no era la persona a la que más detestaba dentro de lo que podía esperar.

— Hola Tomás— dijo mirando su capuchino sin siquiera dignarse a dirigirme una mirada. Seguramente me habría mirado antes incluso de entrar al local.

— Hola— dije sentándome en la silla de enfrente. Él solo rodó los ojos ante mi interrupción—. ¿Qué haces aquí?

— Pensar.

— ¿Pensar en qué habría pasado si no hubieras entrado al baño de chicas?— él solo asintió—. Lo que habría pasado es que ella hubiera muerto, así que gracias otra vez por salvarla.

No hablaba y miraba a su vaso, eso me estaba poniendo de los nervios.

— Ella está bien gracias a ti— él asintió como si no me creyera del todo.

— Si no hubiera entrado al baño.

— Pero ¿porqué entraste?

— Oí los gritos y todos los insultos, sabía que alguien se estaba pegando.

Yo asentí y le miré.

— Gracias.

Fui a la dependienta y pedí un capuchino y un cruasán.

Volví a la mesa de Marcel. Está vez ya no le importó mi compañía.

— ¿Y Marco?

— No ha vuelto ha hablar con Roxana, cuando durmieron a Sofía se lo dije y vino a por mí para que le contara todo.

— ¿Y que hay de ti?

— ¿Qué pasa conmigo?— preguntó levantando la cabeza.

— Te gusta ¿no?— asintió con la cabeza. Por primera vez dándome la razón desde que nos conocíamos.

— Te gusta desde que la vi venir a por nosotros, pero no soy el único, ¿o me equivoco?— yo negué—. A ti también te gusta Sofía, la hermana pequeña del imbécil de mi mejor amigo.

Y no me lo creí hasta que él me lo dijo, me gustaba la chica que vivía en mi casa, me gustaba la chica que trataba como a mi hermana y me gustaba la chica que no había tratado bien y la había dejando llorando en casa por una cosa que en verdad no había sido culpa suya.
Había estado proyectando mis traumas en sus disculpas poniéndole un culpable a una historia sin sentido.

— Tengo que irme— dije levantándome rápido. Marcel ni se molestó en levantar la vista de su café.

— Yo me como lo que has dejado— yo asentí desinteresado y salí por la puerta.

Necesitaba abrazarla, estar con ella, decirle que me daba igual y que la quería.

Corrí hasta casa y cuando abrí la puerta mi madre apareció y me abrazó. Sabía que algo no iba bien, no solo porque mi madre no era propensa a lanzarse a mis brazos cada vez que llegaba a casa, sino porque se notaba que estaba llorando.

— Lo siento— ahí sabía que todo estaba mal.

La sonrisa se me borró de la cara y se convirtió en una de preocupación.

Corrí escaleras arriba hasta su cuarto, no había nada suyo, solo los libros que le habíamos dejado y la ropa que mi madre le había prestado.

Me senté en la cama mirando a algún punto de la habitación.

Ahora sí que me sentía vacío, ella no estaba, ella se había ido y todo era culpa mía.

Me levante de la cama y cogí las llaves del coche en un momento de decisión.

— ¿A dónde vas?— pregunto mi madre con preocupación.

— ¡A casa de Lucía! Necesito que me diga si sabe algo.

— ¡Ten muchísimo cuidado con el coche por favor!— aún después de todo sólo mi madre se seguiría preocupando por nuestra seguridad al volante.

Corrí hasta el coche y conduje hasta casa de Lucía. El recorrido fue un borrón el cual realicé más rápido de lo que me esperaba.
Mis brazos conducían por pura memoria muscular de todas las veces que había llevado a Lu a casa.
Mi cabeza no estaba al cien por cien concentrada en la conducción.

Llamé a la puerta y a los minutos apareció ella. Vestía su pijama y se le notaba despeinada seguramente por estar tirada en su cama.

— ¿Tomás? ¿Qué pasa?

— Se ha ido, Sofía se ha ido— dije en automático esperando que me dijera que estaba ahí.

— ¿Qué?— Lucía me dejó pasar y me guió hasta el salón. Nos sentamos y agarró mi mano con las suyas.

— Me dijo que ella- bueno, me contó una cosa y no me lo tomé bien, la dejé llorando en la habitación y salí de la casa, cuando volví ella ya se había ido.

Pero sabía que Lucía no me estaba escuchando, a ella le dolía que su mejor amiga no hubiera ido a su casa cuando salió de la mía.

— Tenemos que encontrarla— dijo aún después de la decepción.

Los dos nos levantamos y fuimos hasta el coche. Me aseguré de que se pusiera el cinturón de seguridad porque no me fiaba del todo de mi manera de conducir en este estado.

Conducimos por unas calle hasta que el coche de Marcel nos adelantó.
Supongo que ya se habría terminado mi cruasán.

— ¿Qué pasa?— dijo Lucía analizando mi expresión.

— Nada Lu— pero lo que de verdaderamente pasaba era que a la chica que quería se había ido, la había perdido y estaba demasiado preocupado.

— Nada Lu— pero lo que de verdaderamente pasaba era que a la chica que quería se había ido, la había perdido y estaba demasiado preocupado

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Mi hermano me odiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora