Capítulo 31

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Sus sollozos, sus lamentos y gemidos cargados de agonía me rompen el alma. Se siente pequeña y helada en mis brazos, lo único que quiero es cobijarla para que deje de temblar, para que sus dientes dejen de castañear. Sus dedos se aferran a mi camiseta. Nunca la había visto así, tan frágil y vulnerable, no la reconozco, ella no me mostró este lado y eso también me destroza.

Miro los alrededores, grises y solitarios. También le doy un vistazo a la tumba, leo el nombre de la lápida. ¿Es un conocido de ella? ¿Quién es Erik Thompson? Las dudas siguen arremolinándose en mi cabeza. ¿Qué está pasando?

El llanto disminuye, la fuerza de sus puños se suaviza hasta que sus manos sueltan mi ropa. El silencio vuelve a cubrirnos, ella se revuelve para que la suelte, así que lo hago, aunque deseo hacer todo lo contrario.

—¿Quieres hablar? —le pregunto en voz baja, tragando saliva con fuerza para que el ardor que hay en mi garganta disminuya.

—No.

Me cuesta encontrar las palabras correctas porque duele como un puto infierno tragándote. Busco en sus ojos verdes esa chispa que brilló frente a mí tantas veces, pero no está por ninguna parte, me asusta mirarlos porque se ven vacíos, desolados, justo como este cementerio.

Levanto la mano y coloco un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja, con mi dedo índice hago un camino desde su oreja hasta su barbilla, la sostengo y acaricio su labio inferior con el pulgar. Su mirada se vuelve borrosa por las lágrimas que se acumulan y caen, me encargo de borrarlas.

Agarro una de sus manos y la pongo en mi pecho, sobre mi corazón.

—Es tuyo —confieso.

Parpadea, la confusión nubla esos ojitos tan bonitos, los que me han hecho soñar desde que los vi por primera vez, los que he dibujado decenas de veces en mi viejo cuadernillo, los que admiro en las fotografías cuando pienso en ella y no está cerca. ¿De qué sirve negarlo? Giselle Callahan me arrancó el alma y el corazón.

—¿Qué?

—Ya ves, te metiste dentro de mí y te adueñaste de todo —susurro—. Estás tan dentro que no puedo respirar al saber que algo te está doliendo, quiero ayudarte a aliviar el dolor, dime cómo hacerlo y lo haré. Confía en mí, cariño, por favor. Estoy aquí y no me iré, no importa lo que digas, lo que hagas.

Una pequeña luz se enciende en su mirada, por un instante creo que bajará los muros y me dejará pasar, luego parpadea y desaparece, se apaga con rapidez. Mueve la cabeza para romper el contacto y se hace a un lado con la intención de alejarse de mí lo más posible. Envuelve los brazos a su alrededor y deja la vista fija en el suelo.

—Tengo que irme —dice y no vuelve a mirarme.

—Giselle...

—Basta, Row —suelta entre dientes, interrumpiéndome—. ¿Por qué tienes que complicarlo todo? No me conoces, aunque pienses que lo haces, ni siquiera yo me conozco. Esta... esta cosa que tuvimos ya terminó, así que deja de actuar como si estuvieras preocupado, como si te importara.

Maldición Willburn © ✔️ (M #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora