Capítulo 05

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Me revuelvo en la cama y doy largas bocanadas de aire. Me llevo las manos al cuello y rasguño mi piel con las uñas, como si esas manos siguieran ahí, apretándome. Siento que me ahogo, que no puedo respirar. Tengo que concentrarme para recuperar el aliento, me repito que no es real, pero ¿y si lo es? ¿Y si sigo ahí? No, no puedo dejar que gane otra vez.

Mis ojos arden, también mi pecho. ¿Qué es cierto y qué no lo es? Es tan confuso, y doloroso. Las imágenes del pasado vienen y se van, se pasean y hacen un tango por toda la habitación, se ríen de mí, me señalan. Quiero que se vayan, quiero que me dejen, quiero que esto termine.

Me sumerjo en otro recuerdo, a pesar de que me resisto, ese me hace gritar, ese es el peor, es un monstruo de dientes afilados y pelos sucios en el cuerpo. Mis dedos se endurecen, mi corazón está a punto de explotar.

No, no, no. Eso duele, eso duele mucho.

Lo grito con fuerza, pero nadie me escucha, solo hay oscuridad. Me levanto de golpe, brinco en la cama. Todavía no he despertado del todo, la pesadilla lucha para que vuelva y pueda torturarme. Quiero espantar las sombras, abrir las cortinas para que se vayan. Me pongo de pie y enciendo la luz. Y no hay nada, miro hacia todas partes para comprobar que estoy sola.

La puerta se abre, mi madre entra con cara de espanto, y detrás de ella viene papá.

—Cariño, ¿estás bien? —pregunta Romina con tono dulce y aterciopelado.

Su brazo rodea mis hombros, me conduce a la cama. Ella se sienta en el borde y me anima a colocarme junto a ella, me dejo caer a su lado, a pesar de mi reticencia. Siempre me pasa eso, después de una pesadilla me da miedo acercarme a la cama.

Papá se sienta del otro lado y me ofrece un vaso de agua. Doy tragos largos, me refrescan y me relajan. Mi pulso vuelve a la normalidad, al igual que mi respiración. Mamá hace círculos en mi espalda con su palma, mientras mi padre se queda en silencio, sumergido en sus pensamientos. Sé lo que está pensando, hace semanas, tal vez meses, que no sufro terrores nocturnos.

—Estoy bien —murmuro. No quiero que se preocupen por mí—. Solo fue una pesadilla tonta.

—¿Segura? —insiste.

—Segura.

Me pongo de pie para dar por terminada la conversación. Romina y Robert se levantan y salen del cuarto, no sin antes depositar un beso en mi coronilla. Mi padre permanece en el umbral, analizando mis movimientos, me sonríe cuando ya estoy acostada.

—Buenas noches, cariño —dice antes de apagar la luz.

Pero no duermo, pues temo que un día me pierda en esos sueños malditos, que no pueda regresar. Me quedo mirando el techo hasta que amanece y vuelvo a sentirme a salvo.



Todos los días entro a la UEH a las siete de la mañana y salgo a eso de las cuatro, muchos de mis compañeros se quedan en las instalaciones para hacer servicio social dentro de la universidad, uno de los beneficios que me brinda Bridgeton es que tengo mucho tiempo libre, a pesar de que ya casi voy a graduarme. Adoro mis clases, prestar atención, hacer notas de colores en mis anotaciones y subrayar las partes importantes de los libros de texto. Suelo ser organizada y meticulosa, son hábitos que adopté este último año, sin embargo, no sé qué está pasándome el día de hoy.

Maldición Willburn © ✔️ (M #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora