Podía tocarla.
Si extendía la mano, apenas una pizca, podía tocarla.
También podía oír su respiración agitada, el sonido del aire entrando y saliendo bruscamente de su cuerpo, amortiguado por la lluvia que aún golpeaba los cristales.
Incluso podía olerla. Por extraño que pareciera, la adrenalina recorriendo su cerebro a toda velocidad, le permitía diferenciar su olor del que había dejado el fuego al apargarse, de la tierra mojada del exterior, de la última capa de pintura, aún reciente.
A pesar de todos esos olores, era capaz de separar el que solo le pertenecía a ella del resto.
Sudor y coco.
No podía verla porque se había escondido a toda prisa en el cuarto contiguo. El de las obras. Aquel en el que se dedicaba a tirar tabiques cuando el odio, la frustración y la rabia le superaban.
Si no hubiese pasado todo el día en tensión, probablemente habría estado durmiendo. Claro que lo habría en su cómodo colchón de la casa principal y no en un camastro, cubierto solo por el saco de dormir de Garcés.
Y si Aitana no hubiese encencido la linterna de su móvil justo antes de acercarse a la casa, no le habría alertado de su presencia y le habría sorprendido dando vueltas en aquel camastro sin darle tiempo a esconderse.
Aún así estaba jodido. Estaban jodidos.
Porque sabía que Marina le había contado que el faro estaba en ruinas, de modo que sería explicar aquella habitación en orden, los sillones junto a la chimenea, el piano impoluto y, por supuesto, el camastro con un saco de dormir en el que si se acercaba aún podría sentir el calor residual de su cuerpo.
Se preguntó si ella también podría distinguir su olor y recordar que le pertenecía a él.
Aunque lo dudaba.
Se concentró en el sonido de sus movimientos frenéticos en la habitación de al lado que se hacían más erráticos a medida que descubría las evidencias que demostraban que le habían mentido y contuvo la respiración.
Si cruzaba el pasillo para seguir buscando el resto del edificio le vería. Tardaría más o menos, pero iba a descubrirle.
Llevaba todo el día, en realidad desde que había perdido la cabeza y había aceptado el trato de Alfred, preguntándose como reaccionaría si la tenía delante.
Después de todo, nunca se había enfrentado a ella directamente para preguntarle porque había hecho lo que hizo.
Recordaba con nitidez la última vez que la había visto en aquella gala de premios.
También entonces había pdodido verla, oírla y olerla. Algún sádico había decidido que no había mejor idea que sentarles cerca.
Lo cierto es que la idea era buena para todos, excepto para ellos. Las cámaras podrían captar sus reacciones de forma simultánea, las redes sociales se volverían locas, los titulares se escribirían solos.
Por eso había decidido hacer de tripas corazón y saludarla aparentando normalidad.
Había dedicado gran parte de la gala a pensar en la mejor forma de hacerlo.
Se había repetido a si mismo durante toda la noche lo importante que era que no le temblase la sonrisa, que no debía hacer bromas estúpidas, que debía huir lo antes posible.
Esperó al final de la velada. Cuando todos se estaban levantando ya.
Normal. Normal. Normal. Normal. Normal.
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La isla del faro
FanficEn una diminuta isla del mar de Escocia existe un refugio para artistas. Una pequeña burbuja para almas perdidas.