- ¿Qué quieres decir exactamente con que no tenemos nada?
Aitana intentó procesar las palabras que Manuel acababa de lanzar en su dirección sin demasiados miramientos.
Apareció en el salón de casa que habían compartido durante años de la misma forma que se había marchado un mes atrás.
Aitana se lo encontró allí dos días depués del café en que Alfred le había propuesto esconderse en una isla perdida, sacando libros de las estanterías.
- Pues exactamente lo que acabas de oír nena.
Ella hizo una mueca como cada vez que él la llamaba de aquella forma. Lo odiaba, pero nunca se lo había dicho.
Abrió la boca para decírselo pero se detuvo pensando que quizás tenían otros asuntos más urgentes que tratar.
- ¿Qué pasa con nuestro dinero?
Le siguió a la habitación mientras él se esforzaba por ignorarla. Abrió las puertas del armario y se quedó mirándolas con los brazos en jarras. Preguntándose qué se ponía uno exactamente cuando su mundo ya no existía.
Por el rabillo del ojo, distinguió la figura de Aitana y unos segundos después, fiel y silencioso como un perrillo, apareció a su lado Gonzalo. Robó una mirada rápida y se encontró con su mirada crítica.
Fue suficiente para hacerle parar y dirigirse de nuevo a ella y repertirle la información que el abogado le había transmitido aquella misma mañana.
- No tienes dinero Aitana, está invertido en empresas que se han ido al carajo- hizo una pausa para asegurarse de que en esta ocasión le había entendido y se volvió a girar hacia el armario de donde empezó a sacar prendas de ropa y las dejó caer sin orden ni concierto en la maleta que había encontrado.
Desde el quicio de la puerta, testigo involuntario de aquella escena, Gonzalo prefirió achacar su actitud a la vergüenza porque sus padres hubieran sido los causantes de aquel desastre que a la desfachatez de quien estaba buscando la salida más rápida.
Pero a pesar del tono solemne de Manuel, Aitana no parecía haber absorbido por completo la gravedad de su situación.
No había dinero en efectivo, pero no todo podía estar perdido.
- ¿Y esta casa? ¿o el resto de las propiedades?- insistió
Manuel frenó en seco el gesto de meter una camiseta más en la maleta y se giró hacia la mujer con la que había compartido los últimos años de su vida aún de manera extraña o poco convencional.
Se acercó de nuevo a Aitana y en esta ocasión le acarició la mejilla. Trago saliva y apartó la vista, incapaz de mantener la mirada.
Se encontró con Gonzalo y tampoco a él se sintió con fuerzas para mirarle.
- No hay casas, no hay coches, no hay joyas- la miró otra vez y sentenció- no hay nada.
Solo en esa ocasión, Gonzalo vio como le temblaban las manos al cerrar el cajón.
El niño emperador había dejado que toda la vida tomasen las decisiones por él y ahora estaba perdido.
Fascinado el espectáculo ante sus ojos, no tuvo tiempo de reacciónar cuando Aitana le fallaron las piernas y se desplomó en la cama.
- Pero...-balbuceó aturullada- ¿qué vamos a hacer?
Manuel había metido todo en la maleta de forma tan desordenada que le costó cerrarla. Se sentó sobre ella en un gesto poco digno y después se arrodillo frente a Aitana.
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La isla del faro
Fiksi PenggemarEn una diminuta isla del mar de Escocia existe un refugio para artistas. Una pequeña burbuja para almas perdidas.