18. Uilebheist uaine (Monstruo Verde)

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La vida de Aitana había consistido en desastre tras desastre en los últimos cuatro meses de su vida. Los disgustos y el estres habían dejado sus defensas hechas polvo y la infección se hizo fuerte durante más tiempo del que era habitual en ella. 

El médico que habían hecho venir desde Dumfries les aseguró que no había de qué preocuparse, sin embargo. Antibióticos, líquido, reposo y sobre todo calma, mucha calma. 

El resto de los habitantes de Little Ross miraron acusadores a Luis tras esta recomendación.

Cuando por fin cedió la fiebre, Aitana durmió un montón, durante días seguidos. 

Las primeras fuerzas las agotó en dar un pequeño paseo por la playa con Gonzalo, aunque apenas pudo hacer unos cien metros antes de tener que sentarse a descansar en una roca. 

En cuando estuvo un poco mejor pudo investigar el contenido de la bolsa llena de material artístico que había aparecido en la casa de la playa. Cuando Gonzalo le explicó que Marina la había dejado para ella, lo aceptó con una callada sonrisa. 

Escogió una ventana y pidió a Gonzalo que le ayudase a arrastrar una butaca hasta allí. 

El primer bloc de dibujo se agotó en dos días con carboncillo. Para el segundo cambio de técnica y empezó a usar pasteles. 

Gonzalo, que había sido el principal encargado de cuidarla, estaba sorprendido por aquella desconocida. 

Le sorprendían especialmente sus silencios. La mujer que necesitaba ocupar cada pausa en la conversación parecía haberse marchado con la fiebre. 

Cuando Aitana se empezó a manejar sola, Gonzalo suplicó a Marina que le diese algo en lo que ocuparse. Dado que estaba acostumbrado a coordinar agendas y hacer todo tipo de gestiones, resultó un gran descubrimiento para las tareas administrativas del negocio, que por otra parte ella odiaba hacer. 

Sabía que era temporal, que él como Aitana solo habían tomado prestado un respiro antes de reincorporarse al mundo real, pero agradeció infinitamente sentirse útil. 

De aquella forma, la última semana de marzo, cuando llegó el nuevo cliente, un joven concertista de piano, Marina pudo concentrarse en él mientras Luis seguía colaborando con el nuevo disco de Alfred. 

A juzgar por los gritos que se escapaban por las ventanas del faro, en esta ocasión el proceso creativo estaba resultando ligeramente más combativo. 

Entraban en conflicto la recién descubierta inspiración de Luis, el hecho de que Alfred se paseaba por la isla demasiado satisfecho consigo mismo por considerarse el artífice de un plan maestro y probablemente el polen que habían empezado a cargar el aire de la isla. 

Aunque esto último era únicamente una apreciación de Theo que los demás no compartían. 

Una mañana a finales de marzo, Javier Garcés apareció por la casa de la playa y le dijo a Aitana que agradecería infintamente su ayuda. 

Lo expresó de aquella forma, tan suya y tan diferente a la de Luis, suave y amable. Por supuesto Aitana sabía que un arquitecto de la experiencia de Garcés no tenía ninguna necesidad de la opinión o la ayuda de una cantante sin oficio, ni beneficio. 

Pero el hecho de que alguien le transmitiese que su opinión era válida le hizo sentirse bien por primera vez en mucho tiempo. 

En mucho, mucho, pero que mucho tiempo. 

Garcés se sentó aquella primer mañana el alfeizar de la ventana y le habló del sueño de Luis de convertir la estancia vacía del faro en un estudio de grabación. Probablemente porque llevaba unos cuantos años viviendo en Escocia y algo se le había pegado, Javi era capaz de engatusar con sus historias y Aitana bebió sus palabras. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora