23. Caraidean (Amigos)

1.5K 92 208
                                    


Un, dos, tres.

Un, dos, tres. 

Lo suyo era muy similar a un baile. Excepto que ninguno de los dos se sabía los pasos.

Tampoco ayudaba que a Luis Cepeda nunca se le hubiera dado particulamente bien el baile. 

Siendo muy caritativo, podía decirse que tenía dos pies izquierdos. 

Pero es que aquella coreografía en particular le tenía completamente sobrepasado. 

De modo que por su salud mental, había decidido compartimentalizar. 

En su cerebro decidió que había tres Aitanas. Tres mujeres completamente diferentes. 

Por una parte la Aitana de los recuerdos. Etérea y perfecta. Una fantasía que se negaba a mancillar y cuya pureza había recuperado en parte gracias a conocer la verdad. 

Por otra estaba Aitana, la esposa de Manuel, la esbirra de Silvana, odiosa y capaz de lo peor. 

Tan irreal como la primera. 

Las emociones que esas dos mujeres despertaban en él le habían servido de combustible e inspiración durante gran parte de su vida adulta. El amor por una y el odio por la otra. 

Y por otra parte, estaba Aitana, la que ocupaba la habitación al final del pasillo. Con los vaqueros rotos, las puntas abiertas y la nariz siempre manchada de pintura. 

Su amiga. 

A-mi-ga.

Por más que se esforzaba y le daba vueltas, Luis no era capaz de encajara a la Aitana de la nariz manchada en aquel molde. 

Aunque aquella gloriosa y horrible idea hubiera sido cosa suya. 

Marina era su amiga. Su hermana. Le reñia y le cuidaba  partes iguales. Había puesto su vida en sus manos sin pestañear. 

Pero nunca, y hacía unos cuantos años que vivían juntos, se había pasado gran parte del desayuno imaginando como sabría su boca después del primera café del día. 

Theo era su amiga. Con la que podía contar para emborracharse en los momentos realmente jodidos. 

Desde un punto de vista puramente objetivo, Luis podía reconocer que Theo tenía un culo realmente espectacular. 

Real, realmente notable. El yoga y todo eso. 

Pero jamás de los jamases había pensado Luis en que el olor del champú de Theo le impedía concentrarse para hacer su trabajo. 

Así que era díficil, por no decir imposible, llamar a Aitana su amiga. 

Ella y Gonzalo estaba de vuelta en la isla. Con todos los honores. 

Con las casas de la playa ocupadas, los nuevos vecinos de Little Ross, no tenían otro remedio que instalarse en la casa principal. Garcés había cedido, generosamente, su habitación y se había trasladado a su estudio para que todo el mundo tuviese un dormitorio libre en la casa.

Generoso sus cojones. 

Más bien un liante de mil pares de narices. 

Claro que Luis tenía que reconocer que en aquel lío se había metido él solito. Sin ayuda. 

Había sido él, caballero andante de pacotilla, quien había propuesto que fuesen amigos. 

O alguna necedad similar. 

Las obras en la sala del faro empezaron el mismo día que ellos volvieron a la isla. Pero la sala aún tardaría un par de semanas en estar acondicionada para que pudiese empezar a trabajar en su mural. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora