15. Dùisg suas (Despertar)

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Las prendas de ropa volaban por la habitación en la dirección general de la maleta sin demasiada puntería o suerte. 

Los improperios, insultos y tacos variados lo hacían de forma algo más certera. 

Lo de abandonarla se estaba convirtiendo en una fea costumbre. 

De no haber estado tan cabreada, probablemente Aitana habría valorado el hecho de que por primera vez, después de un enfrentamiento, su primer impulso no había sido buscar refugio bajo el edredón, sino buscar venganza. 

Gonzalo contemplaba fascinado a la amazona que atravesaba a grandes zancadas la estancia, parando solo de vez en cuando para seguir gritando. 

Después de tres años a su lado era, probablemente, la primera vez que veía a Aitana enfadada. 

Era un espectáculo digno de verse. 

- Cabrón, cabrón, cabrón, maldito cabrón. Maldito soberbio, gilipollas, pichafloja- se detenia a parte de unos segundos en busca de inspiración y lanzaba un sujetador a la maleta- Cabrón. 

Gonzalo, que no sabía como tratar con esta Aitana en particular, se limitaba a observar pacientemente, esperando a que le explicase exactamente que había sucedido y cuales eran sus planes. 

Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron sus reflexiones. 

Probablemente se tratase de Alfred, para disculparse nuevamente, o de Marina, para asegurarse de que no tenía un arma de fuego cargada. 

Pero al otro lado de la puerta, con gesto sombrío, se encontró con una persona que solamente había visto en fotografías hacía muchos años. 

Luis Cepeda. 

Era evidente por su resoplido aliviado, que Luis no se había esperado encontrarse con Gonzalo en el primer asalto. 

Gonzalo, sintiéndose en terreno desconocido con aquellos dos, se quedó inmovil en el quicio de la puerta sin saber cómo actuar. 

Tenía claro con quien residía su lealtad. Pero eso no quería decir necesariamente que Aitana tuviese la razón en aquel follón del que no sabía más que detalles sueltos. 

Aún así, aunque estuviese profundamente equivocada, Aitana era su amiga, de forma que cuadró los hombros dispuesto a defenderla. 

Tenía que reconocer que Luis Cepeda era mucho más atractivo en persoa que a través de una pantalla. En las distancias cortas exudaba el tipo de carisma que no se podía fingir. O fabricar. 

Miró hacia abajo sorprendido al ver que extendía su mano a modo de saludo. En teoría, en lo que a aquel hombre concernía, él era parte del ejército enemigo. 

Sin embargo, allí estaba, con la mano tendida y la mirada firme que solo se desviaba décimas de segundo para intentar averiguar algo de la situación en el interior de la cabaña. 

- Soy Luis Cepeda- se presentó como si realmente hicera falta- necesitaría...

Indicó con un movimiento de cuello hacia el lugar general donde a juzgar por los bufidos debía encontrarse Aitana. 

Gonzalo se mordió el labio inferior nervioso. Por una parte Aitana había insinuado que se marcharían de la isla aquella misma tarde y en su estúpida mezcla de lealtad y culpa hacían que Gonzalo considerase necesario seguirla. Por otra parte no tenía demasiadas ganas de dormir en un carretera de Escocia en pleno marzo, algo que sucedería con toda seguridad teniendo en cuenta que los escasos ahorros que tenían no llegarían para pagar ni el peor de los hostales. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora