19. Ceò (Niebla)

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- ¿Pero quien le puso la almohada y las manos en el pecho?

De regreso a la isla, Fergus manejaba la embarcación y Garcés les explicaba a sus residentes más recientes la famosa maldición de Little Ross. 

La que hacía que ningún habitante de Kircudbright se atreviese a poner un pie en ella. 

Excepto Fergus claro. 

De vez en cuando, cuando el relato de Garcés se volvía excesivamente fantasioso, este intervenía poniendo una nota de sensatez. 

Sus pausas y sus interrupciones estaban tan medidas que Aitana y Gonzalo sospechaban que no era la primera vez que entretenían con ella a alguno de los clientes de Seòlta. 

- Nunca se supo, hay incluso quien dice- la voz de Garcés bajó un par de octavas, tomando un tono de misterio- que fue el fantasma del propio Herbert que, arrepentido, quiso tener ese gesto con su amada Dara. 

Paula pifió indignada, había oído la versión para clientes y turistas demasiadas veces. 

Fergus rió suavemente desde el volante.

- Probablemente fue el amante de Dara, que huyó después de la isla para que no le acusaran de las dos muertes, en cualquier caso nunca le encontraron a él ni el cuerpo de Herbert.

Javi frunció el ceño. Su historia era más atractiva. 

- El caso es que la gente de Kircudbright dice que Herbert era un hombre bueno y pacífico, incapaz de hacer daño a nadie, así que creen que fue la maldición la que le empujó a actuar así. 

Hasta ese momento Aitana había tenido dividida su atención entre la costa que acababan de abandonar y la historia que les estaban contando, pero ante ese comentario giró bruscamente la cabeza hacia Garcés. 

- Eso es una chorrada,  siempre se buscan disculpas para los hombres que tratan mal a sus mujeres, fue una maldición, fue culpa de ella por tener un amante o fue el viento que le volvió loco- su voz tenía un ligero tinte de acero que llamó la atención del resto pero sobre todo de Gonzalo- si un hombre mata a su mujer la culpa es de él y punto. 

- Muy bien dicho Aitana- Paula parecía gratamente sorprendida por las palabras de la joven- a ver si vamos cambiando el cuentecito Garcés, que ya apesta.

Por supuesto había poco que Javi Garcés pudieran hacer ante una llamada de atención de Paula y apropiadamente reprendido siguió el resto del camino en silencio. 

Cuando llegaron a las isla los de la casa principal se despidieron y Aitana y Fergus decidieron quedarse un un rato en la playa. La temperatura empezaba a parecerse más a algo que pudiera llamarse privamera y era agradable ver el cielo cuajado de estrellas sin que más luces que las borrasen que el foco del faro. 

Pasaron un rato callados, disfrutando del ruido de las olas. No demsiado lejos se podían ver las luces del pueblo y Aitana intentó no preguntarse cual de ellas era la del pub, o si se habría apagado ya o, mucho menos,  que estarían haciendo sus ocupantes. 

Fue Gonzalo quien rompió el silencio.

- ¿Te he pedido perdón alguna vez? 

Aitana levantó las piernas acomodándose en la roca y abrazó sus rodillas para protegerse del frío de la noche. La primavera en Escocia era un término muy relativo. 

No pensaba fingir que no sabía a qué se refería Gonzalo. Quizás habían estado retrasando aquella conversación demasiado tiempo, demasiado asustados a perderse el uno al otro en medio de reproches. 

- Supongo que lo hiciste, sí. 

Gonzalo asintió, recordaba vagamente algo parecido a una disculpa, pero ahora sabía que no había sido real o, el menos, las razones para hacerlo. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora