24. An taigh-solais (El faro)

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El plazo para completar las obras iniciales en la sala había sido de dos semanas por lo que, por supuesto, tardó cuatro semanas en estar terminada.

Una mañana de junio, mientras todos estaba en la mesa del desayuno, Garcés que por fin habían completado aquella parte de la reforma. 

La pared en la que Aitana iba a pintar su mural, estaba preparada para empezar a trabajar.  

El resto de los comensales celebró la noticia ruidosamente entre bromas, pero Aitana interrumpió a medio camino el bocado de tostada de mermelada de fresa que iba a llevarse a la boca. 

Por supuesto el mural era la razón para estar de vuelta en la isla y podía ser el comienzo de algo grande para ella. Per era consciente de que una vez estuviese terminado ya no habría más excusas para seguir en Little Ross. 

Había encontrado su refugio allí durante tres meses de prórrogas robándole aquel tiempo a la triste realidad de su vida de vuelta en España. 

Se limpió las migas de la tostada de la comisura de la boca con la servilleta y al levantar la vista se encontró con Luis observándola. Tampoco él participaba de la algarabía general. 

Los dos sabían lo que suponía empezar a pintar el mural. 

Aún así Aitana se encogió de hombros y sonrió. Tenía que verlo como una buena noticia.

Quizá tuviese que marcharse pero podría dejar su huella en Little Ross. 

Un rato más tarde acabaron de recoger la mesa del desayuno y corrió a su habitación para buscar alguno de los materiales que necesitaba para empezar. 

En una bolsa de tela guardó los bocetos en los que había estado trabajando, lápides y carboncillos. 

No le sorprendió demasiado encontrarse a Luis esperándola al pie de las escaleras. 

Sin mediar palabra cubrieron juntos el camino hasta el faro. Era una mañana limpia, sin una sola nube en el cielo y el blanco de las paredes encaladas del faro parecía especialmente brillante. 

Como una invitación. 

Los obreros habían terminado de limpiar la sala el día anterior pero a petición de Garcés no habían retirado los plásticos del suelo de forma que Aitana pudiese trabajar sin preocuparse por las manchas de pintura. 

- Todo tuyo- Luis hizo un gesto con la mano señalando la pared escogida y cerró la puerta tras él al salir. 

Aitana tomó aire escuchando el eco de su propia respiración en las paredes vacías.

Un lienzo en blanco.

Un gigantesco lienzo en blanco.

De esos que daba vértigo con tan solo mirarlo.

Se podía aplicar a la pared en la que se disponía a pintar y a su propia vida en aquellos momentos.

Se sentó sobre los plásticos y se cruzó de piernas observando la extensión blanca. 

Tres horas después cuando Luis volvió al faro se la encontró exactamente en la misma posición. 

Solo cuando oyó sus pisadas en el plástico Aitana se giró hacia él. 

- ¿Algún problema? 

Ella se estiró buscando desentumecerse. Apoyó las manos en el suelo detrás de ella. 

- No se muy bien por dónde empezar, nunca he pintado algo así. 

Luis se sentó a su lado. Quería pensar que últimamente estaban mejorando en el asunto aquel de ser amigos. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora