25. Samhradh (Verano)

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Cresta ilíaca. 

Así se llamaba el hueso de la cadera que podía tocarse a través de la piel. 

Aitana buscó ese dato en internet, dos noches después de su primer encuentro en el faro, al descubrir por casualidad, mientras estaban tumbados en la cama, que Luis tenía cosquillas precisamente en ese lugar, si lo recorría con su dedo índice. 

Al volver a su propia habitación, hizo una rápida búsqueda en internet y lo apuntó después en un cuaderno, pensando en atesorar de aquella manera todos aquellos pequeños detalles de los que no había sido consciente en su primera vez con Luis, todos aquellos años atrás. 

Con dieciocho años el pudor y la prisa habían ganado a la curiosidad. 

Ahora que todo era diferente, sin millones de ojos siguiendo cada uno de sus movimientos, se había propuesto disfrutarlo de otra manera. 

Aunque tuviesen fecha de caducidad o, quizas, presicasmente por eso. 

En su segunda noche juntos, le había sorprendido descubrir que cuando Luis se reía, los pájaros de su pecho parecían aletear.  

La tecerca mañana Aitana tuvo que repintar una parte significativa del mural después de que Luis decidiese averiguar, en la pausa para el café, que sucedía si en lugar de lugar de emplear pinceles utilizaban sus propios cuerpos para extender la pintura aún fresca. 

- Se llama body painting- le informó él arrogante mientras ella protestaba intentando sacarse la pintura acrílica de pelo en la ducha un poco más tarde del experimento. 

Aitana estaba casi segura de que aquella técnica de pintura no implicaba mezclar otros fluídos con la pintura, pero no discutió demasiado porque Luis había decidido colarse en la ducha y ayudarla con la esponja, con la lengua y con lo que hiciese falta para hacerse perdonar. 

El mural del faro avanzaba un poco más despacio ahora que las pausas para renegociar los términos de su contrato inicial eran mucho más frecuentes pero ninguno de los dos lo mencionaba. 

Era la última semana de la primavera y Kircudbright empezaba a prepararse para los tres meses de año que mantenían gran parte de su econmía a flote. 

Por primera vez desde que había llegado a la isla, Aitana podía ver embarcaciones de recreo ocupando la bahía junto a los barcos de los pescadores. 

Luis y los demás les explicaron que las celebraciones empezaban con el solsticio de verano y se extendían durante los tres meses siguientes. 

Exposiciones de arte en los locales y al aire libre. Conciertos de todos los estilos, bailes, concurso y deportes tradicionales. Todo tenía cabida en los veranos de Kircudbright. 

Los clientes habituales de Seòlta a veces escogían precisamente esa época del año para sus estancias por el ambiente festivo de la localidad vecina de modo que todo el mundo en la isla estaba atareado. 

Aún así había tiempo para baños rápidos en la playa y cenas improvisadas al aire libre en las que el canto de los grillos se mezclaban con las risas. 

Luis sonreía. Mucho.  

Cualquier que tuviera ojos y oídos era consciente del motivo de aquellas sonrisas.

A pesar de todo él se sentía como si estuviese en un bote diminuto en medio de la bahía. Era feliz pero tenía miedo a que la próxima ola le hiciese volcar.

Más aún le aterraba ser él quien provocase ese movimiento y lo estropease todo. 

Cuando Marina le recordó quién llegaría en unos días, Luis tuvo miedo. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora