Sin las luces de los fócos apuntándole lo cierto es que resultaba un hombre bastante corriente.
De los que no hubiera llamado excesivamente la atención por la calle.
Gonzalo entró en la cafetería en la que habían quedado y tuvo que hacer un par de pasadas para localizarle.
Podría haber pasado por un turista cualquiera de los que llenaban las Lowlands durante el verano, un estudiante de intercambio si hubiese tenido un par de años menos.
Un chaval de aspecto corriente, ni agradable, ni desagradable. De los que no se quedan en la memoria.
No era de extrañar que sus padres, su madre particularmente, hubiera invertido tanto tiempo y dinero en vender exactamente lo contrario.
En su día, mientras intentaba justificarse, Gonzalo se había convencido de que aquellos ojos tremendamente azules, reclamaban cariño a gritos. Ahora, con la distancia y el paso del tiempo se daba cuenta de que la tristeza y la necesidad de recibir atención habían estado en si mismo y que los ojos de Manuel eran tan fríos como los de su madre.
Su mensaje un par de noches antes le había pillado por sorpresa. Se había ofrecido a acercarse hasta Kircudbright para hablar con él, pero Gonzalo no podía permitir que se acercase a la isla, de modo que le citó en Castle Douglas pretextando que tenía recados que hacer allí.
La cafetería, que había localizado en google maps, era un pequeño local escondido en una de las calles secundarias de la pequeña ciudad, en la que nadie se habría fijado si no estuviese pintado de verde brillante.
Dentro de ella, al fondo, sentado en una mesa frente a un copioso desayuno inglés estaba Manuel.
Era inevitable pensar en la última vez que le había visto, casi seis meses atrás, después de abandonar a su suerte a la mujer con la que había estado casado durante cinco años y pedirle que cuidase de ella.
Entonces, aquel detalle le había parecido un gesto que le redimía. No podía ser tan malo si le pedía eso.
Pero ahora se daba cuenta de que se había limitado a repetir un comportamiento que había aplicado religiosamente a lo largo de su vida. Dejar que otros se ocupasen de los problemas.
Dio unos pasos hacia él y carraspeó para llamar su atención. No tenía idea de cual era la forma correcta de saludarse.
Se habían despedido con un beso, pero la idea de tocarle se le antojaba casi repugnante despues de lo que había vivido los últimos meses.
Sin embargo, Manuel no parecía tener esos escrúpulos y se levantó de un salto en cuanto le vio y le abrazó.
Si notó reticencia en el lenguaje corporal de Gonzalo, que se apartó en cuanto pudo, hizo como que no se había dado cuenta.
Otra cosa que se le daba muy bien.
Tomó asiento y cruzó las manos sobre la mesa, esperando a que tomase la iniciativa.
Después de todo su mensaje indicaba que tenía un tema de vital importancia que discutir con él.
Cuando se lo contó a Fergus, asustados por las repercusiones que aquel mensaje podía tener tanto para él como para Aitana, no había tenido siquiera que pedirle que le acompañase.
Con el pretexto de que se negaba a dejar conducir a alguien que no sabía cual era el lado correcto de la carretera, le había dejado en la puerta con un beso y la promesa de esperarle no muy lejos de allí.
Cerca, pero sin invadir su espacio.
Fergus, que quizás o quizás no, seguía enamorado de otro hombre, no había pestañeado siquiera al explicarle la situación antes de ofrecerle su apoyo incondicional.
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La isla del faro
Fiksi PenggemarEn una diminuta isla del mar de Escocia existe un refugio para artistas. Una pequeña burbuja para almas perdidas.