17. Rùsgan(delirios)

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- ¿Fiebre?

Marina le estaba mirando como quien mira a una persona con serios transtornos mentales. 

- Sí, Luis, ella tiene fiebre y tú eres gilipollas, ¿qué creías que iba a pasar si se tiraba al agua congelada?

Parecía seriamente enfadada. Más de lo que nunca le hubiera visto enfadada con él.  Y eso era mucho decir. 

- ¿Sabes lo que podría pasar si nos demanda?- daba vueltas erráticas por la cocina mientras Luis y Garcés la seguían con la mirada- ¿Sabes lo que puede pasar si se lo cuenta a alguien?

A decir verdad, Luis sí que lo sabía. Aunque Aitana probablemente no les demandase, después de todo no tenía dinero para contratar un abogado, la imagen de Seólta como refugio seguro quedaría bastante dañada si se corría la voz de que Luis Cepeda se dedicaba a provocar neumonías en la gente. 

Aprovechó una pausa en la perorata de Marina para intervenir. 

- ¿Ha venido el médico?

Al parecer Aitana había amanecido con una fiebre altístima y dolor de garganta. Gonzalo había estado en la casa principal temprano pidiendo ibuprofeno y dejando clara su indignación por el comportamiento de Luis. 

- ¿Qué coño médico?- la voz de Marina amenazaba con alcanzar agudos solo audibles para animales- el médico de Kircudbright, que tiene doscientos años, cree en la puta maldición y no pone un pie en la isla ni por todo el oro del mundo, hay que llamar al médico de Dumfries y no vendrá hasta dentro de tres días. 

Luis se revolvió incómodo en su asiento. Era consciente de que había cometido un error. 

Solo que no tenía claro si la peor de las imprudencias había sido permitir que Aitana permaneciese en la isla. 

Estaba claro que la cordura de Luis Cepeda y Aitana Ocaña no podían convivir en un mismo plano de existencia. 

Cuando Marina se dejó caer en una silla agotada fue Luis quien se levantó y tomó el relevo. 

- Hay que conseguir antibióticos, cuando se pone así normalmente hay que frenarlo- no se dio cuenta de la mirada que cruzaron en ese momento Garcés y Marina, acababa de hablar de Aitana como si no fuese parte de su pasado- necesita infusiones de gengibre y miel, joder ¿tenemos miel en casa?

Sin esperar la respuesta, cruzó la cocina en dirección de la despensa y empezó a revolver armarios. 

Fue Paula, como tantas otras veces, quien puso calma. 

- Luis- ni siquiera levantó la voz, no le hizo falta- ¿estás en condiciones de coger la lancha?

Luis frenó su asalto a la despensa y asintió. 

- Entonces vete al pueblo y convence al farmaceútico de que te de antibióticos, prométele la receta para la semana que viene cuando ella pueda ir al médico, trae miel, probablemente no haya gengibre en la tienda pero Theo ha plantado romero y también vale para la infusión. 

La voz de la gallega tuvo la virtud de calmar a Luis. O quizás fuese el hecho de tener instrucciones concretas o al menos algo en lo que concentrar su energía.  

Bastó también un gesto de la cocinera para que Garcés diese un salto y siguiese a su amigo por la puerta. 

Javi no discutió cuando Luis se puso al volante de la lancha, sabía que odiaba que fuese otro el que condujese en cualquier vehículo. 

Espero a que se hubiesen alejado de la costa para decir algo. 

- ¿Quieres hablar?

Luis hizo un movimiento brusco con el volante que hizo que Garcés perdiese el equilibrio. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora