Luis Cepeda sabía exactamente cuantos músculos tenía en el cuerpo.
La razón era que todos y cada uno de ellos aullaban de dolor cuando intentaba hacer el más mínimo movimiento.
Sus médicos le explicaron durante los días que pasó en el hospital, que aquel era el resultado de su cuerpo intentando despertarse de la misma forma en que lo habia hecho su mente.
Luis les preguntó entonces, si era posible volver al coma a ambos, al cuerpo y a la mente, pero ante las miradas furibundas de su madre y de Aitana decidió que era mejor no hacer bromas en aquella situación.
También le advirtieron que la recuperación no sería de un día para otro. Lo más probable es que fuesen necesarios varios meses de rehabilitación para recuperar la forma física por completo y que era un verdadero milagro, que no hubieran quedado otras secuelas.
En una conversación aparte, les explicaron a ellas que podía haber consecuencias que no estuvieran a simple vista. Era bastante comùn que aquellos que hubieran pasado por una situación como la de Luis, sufrieran algún tipo de secuela emocional.
Por supuesto ambas habían sido conscientes de que estaba más callado de lo habitual y, por supuesto, que había desarrollado un pánico a discutir con Aitana, hasta del asunto más mínimo. Probablemente tenía que ver con que un solo reproche suyo pudiera alejarla de nuevo.
No dejaba de ser irónico con todo el empeño que había puesto a su llegada a la isla para echarla de allí.
Pero como estaba demasiado afectado por lo que había sucedido para hacer bromas y demasiado asustado para discutir, le costaba encontrar otra forma de comunicarse con ella y el tiempo que compartían se traducía en silencio.
Dos días antes de cumplir los treinta y seis años, le comunicaron que podía volver a casa por fin.
Aitana y Encarna fingieron no darse cuenta, en el trayecto de vuelta a la isla, de la forma en que Luis se encogía cuando una gota de agua le salpicaba. Suponían que algo de miedo al mar que siempre había sido su aliado, pero que casi le había arrebatado la vida era natural.
Aunque algo inconveniente viviendo en una isla.
Tampoco es que Aitana tuviera mucha más idea de como solucionar los silencios que se alargaban demasiado entre ellos. Ella, por su parte, se sentía demasiado culpable por haberse marchado sin avisar, para desahogarse y pegarle el grito que se merecía por haber cometido la insensatez de tirarse al agua borracho poniendo en riesgo su vida.
Los dos estaban tan asustados que eran terriblemente cautos en cada palabra que decían.
Educados hasta la náusea.
Y así era muy complicado comunicarse y decirse todas las coas que se tenían que decir.
Los habitantes de la isla que se habían pasado semanas temblando cada vez que cruzaban palabra, ahora se desesperaban al ver como se evitaban el uno al otro.
Con gran delicadeza, casi sin que la propia Aitana se diese cuenta, Encarna se hizo a un lado y la animó a organizar todo lo referente al cuidado de Luis.
Pero Aitana se empeñaba en hacerlo desde la distancia, pendiente de cada detalle que le afectase pero sin acercarse a él demasiado.
Pasados unos días de verles jugar al ratón y al gato, fue Marina quien propuso que organizasen una noche de la patata para celebrar la vuelta a casa de Luis, después de todo tenían con ellos a la creadora de la receta original.
Sin decíselo a nadie la mañana del día que escogieron para la celebración, Aitana se escondió en la cocina antes de que nadie se levantase y siguió escurupulosamente las instrucciones de una receta que había encontrado en internet. Su intención era hacer una tarta de queso tan cremosa, tan exquisita, que a Luis se le saltasen los puntos de la herida de la espalda de la emoción.
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La isla del faro
FanfictionEn una diminuta isla del mar de Escocia existe un refugio para artistas. Una pequeña burbuja para almas perdidas.