27.Crois-rathaid (Cruce de caminos)

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Treinta y siete escalones. 

Esa era la distancia desde la base de la torre hasta lo alto del faro. 

Aitana los subio y bajó varias veces, contando cada paso, esperando encontrar algo de claridad. 

La semana anterior, Luis le había enseñado por primera vez la vista desde la linterna. 

En la torre ante ella, había sido testigo de como el solo se escondía en la bahía tiñendola de rojo y dorado. 

Detrás de ella, él, trepando por sus piernas desnudas con sosiego insoportable, primero con las manos y después con la lengua hasta hacerla gritar contra el cristal. 

Pero esa noche estaba sola. 

Había abandonado el intento de conciliar el sueño en su propia cama después de dar mil vueltas. 

La idea que se le había revelado la noche anterior en el pub, el saberse completa y absurdamente enamorada de Luis, no había sido en realidad tan sorprendente. 

En realidad la situación le recordaba a las incontables veces en que le había graduado la vista a lo largo de su vida. De pronto alguien ponía una lente que enfocaba las letras y las hacía claras, meridianas. 

Pero siempre habían estado ahí. 

Por supuesto desde el primero momento había sido consciente de que no sería capaz de mantener una relación puramente física con él. Pero había creído sinceramente que el paso de los años y sus circunstancias personales le permitirían mantener algo de distancia. 

La necesaria para no volver a sufrir cuando todo acabase por fin. 

De nuevo en la linterna, siguió con la vista el recorrido del foco por la isla y la había, bañando de luz cada recoveco. 

Junto al embarcadero, las cabañas de la playa donde se había alojado por primera vez. 

Un poco más adelante, la roca desde la que Luis saltaba cada mañana.  Desde la que ella misma había saltado. 

Una vuelta más y localizó el huerto. 

Recordó el primer día que había trabajado allí junto a Theo, con su ridícula ropa de deporte de doscientos euros. Esta le había preguntado si alguna vez había estado enamorada de su marido y Aitana le había contestado que el amor no era más que una ficción. 

La luz del faro alcanzó la casa principal. En una de aquellas habitaciones, en la cama que no compartía con ella, estaba Luis. 

A él le había dicho que lo que ellos habían compartido hacía mil años, no podía calificarse como amor. De lo contrario no habría estado dispuestos a creer lo peor el uno del otro. 

Contó de nuevo los treinta y siete escalones, esta vez mientras los bajaba, intentando concentranse en algo que no fueran sus pensamientos. 

 Hacía dos o tres meses de aquellos, apenas un pestañeo en el tiempo y lo había dicho convencida de que el amor se podía recudir a una versión, un sentimiento esférico y sencillo que podía encerrarse en una sola definición. 

No había aprendido nada en aquellos años. 

El amor tenía mil formas. Era desastroso, glorioso, doloros y sublime. Sucio y complicado. Brillante y valiente. 

Desde luego no era sencillo. 

De modo que ahora no estaba segura de si era el mismo sentimiento de hace seis años o algo nuevo. 

Tampoco es que tuviese demasiada importancia. Lo único realmente relevante era saber que hacer con aquel descubrimiento. 

1, 2, 3 hasta treinta y siete una nueva vuelta hasta arriba. 

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora