3. Cugallach (Frágil)

1.5K 75 78
                                    

La paz es como el cristal: si se golpea repetidamente, termina mostrando su fragilidad

Quizá algo bueno tenga el Apocalipsis con su caos, lluvia de fuego, lágrimas y destrucción y es que uno descubre quienes son sus verdaderos amigos.

Durante el mes de enero del año 2026, Aitana Ocaña Morales descubrió de forma inequívoca a quienes podía atribuir ese título.

Todo empezó la mañana del día de fin de año del 2025 con un detalle sin importancia. Es decir, tenía una tremenda importancia, solo que en aquel momento no fue consciente.

Pasó buena parte de la mañana en el salón de belleza. Limpieza. Uñas. Masaje.

Lo habitual.

Cuando acabó, la joven del mostrador de recepción se puso de todos los colores imaginables, cuando el terminal rechazó su tarjeta de crédito. No solo eso, balbuceó la pobre mujer, emitía la orden de retenerla y destruirla también.

Aitana se rió cuando le dio la noticia, llevaba acudiendo al mismo salón de belleza desde que vivía en Madrid y aquello no tenía ningún sentido.

Pero se sentía magnánima después del masaje relajante y muy satisfecha con el color melocotón que había escogido para la manicura de modo que no montó un escándalo.

Después de todo eran unas fechas complicadas, las líneas debían estar sobrecargadas y todo se debía a un tremendo error que no les tendría en cuenta.

El problema es que no tenía dinero en efectivo para pagar un taxi y tuvo que hacer andando el resto del camino hasta su casa.

Eso ya la fastidió un poco más. Para ser diciembre, era un día inusualmente caluroso y para el momento en que alzanzó su portal, tenía el pelo un poco encrespado por el sudor.

Lo primero que haría al llegar a casa sería pedirle a su asistente que se pusiera en contacto con el banco.

Llevaba toda la mañana ignorando las llamadas de Gonzalo Uriarte, su asistente personal, convencida de que quería recordarle algún compromiso profesional al que le apetecería todavía menos que a la cena de aquella noche en casa de sus suegros.

Que le apetecía como que le arrancasen la piel a tiras.

De todas formas, lo último que se esperaba al abrir la puerta era a Gonzalo dando vueltas frenético por el salón de su casa, desgastando la alfombra persa con sus mocasines de invierno.

En cuatro años que llevaba trabajando con él, nunca, jamás, había visto nervioso a Gonzalo. Disimulaba con maestría la irritación por los despistes de Aitana y pocas veces demostraba cansancio.

Pero la virtud que le había convertido en indispensable en su vida, era su capacidad de mantener la calma en las situaciones más variopintas.

Así que para que estuviese en aquel estado tenía que haber sucedido algo muy, pero que muy grave y eso la descolocó.

Pero el alprazolam que había mezclado con la mermelada de albaricoque del desayuno aún le hacía efecto, así no se contagió de su estado en exceso.

Si la virtud de Gonzalo era mantener la calma, Aitana era una maestra en ignorar aquellas situaciones que la incomodaban, de modo que dejó el bolso sobre la mesa de la entrada y con una patada lanzó los zapatos que acaba de sacarse a extremos opuestos del salón.

- ¡Ay Gon! no sabes que mañana llevo.- suspiró dejandose caer en el sofá con gesto hastiado.

Su asistente, casi metro noventa de altura, espalda ancha y cuadrada, se giró hacia ella boqueando en su mejor imitación de Nemo.

La isla del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora