Cada uno de los habitantes de la isla había encontrado algo con lo que ocupar los ratos libres.
Theo se encargaba de cuidar el huerto que les proporcionaba verduras y legumbres y las gallinas con las que se mantenían abastecidos de huevos. Insistía en que trajesen cabras y una vaca también, pero de momento había perdido todas las votaciones.
Marina recibía lecciones de cocina de Paula que, a cambio, había aprendido a tocar el piano con la del cabello azul.
Garcés compraba viejas máquinas estropeadas en el mercadillo de los domingos de Kircudbright y se dedicaba a intentar arreglarlas.
Fergus las arreglaba de forma efectiva cuando Garcés se rendía.
Luis, por su parte, había descubierto el efecto terepeútico de tirar tabiques. Cada vez que le estaba dando vueltas a algo, el resto de sus compañeros podían oír el sonido ritmico y continuado de la maza golpeando alguna de las paredes del edificio del faro. Habían aprendido que en aquellos momentos era mejor no interrupirle.
Cuando se instaló en la isla de forma definitiva, Luis pudo, por fin, hacer inventario de la propiedad que acaba de adquirir.
Además del faro, que ocupaba el punto más alto de la isla, con el edificio anexo rodeando la torre, había una casa de piedra que en su momento había sido la vivienda de los fareros y sus familias.
Era la edificación que más había respetado el paso del tiempo. Llena de polvo y telas de araña e incluso había alguna gotera en el tejado de pizarra pero conservaba los muebles antiguos que sus dueños no se habían molestado en llevar a tierra firme cuando el faro se había automatizado a mediados de los años sesenta del siglo veinte y los técnicos de luces dejaron de tener allí su residencia.
En tiempos habían sido dos viviendas distintas que, por alguna razón se había convertido en una. Seis habitaciones enormes y frías que costaba horrores calentar.
El resto de las edificaciones estaban en ruinas. Habían sido establos para el ganado y talleres de la época de mayor esplendor de la isla tras la construcción del faro a finales del siglo XIX.
Había también un jardín amurallado que se había llenado de espinos y zarzas.
En resumen, Luis Cepeda se había comprado un montón de ruinas sin demasiado futuro. La llegada de Garcés fue esencial para cambiar las cosas.
Javi decidió que resultaría más económico construir casas de madera, en lugar de arreglar y acondicionar los establos de piedra. Diseño una cabaña completamente equipada que se integraba en el paisaje. Luis rescató del baul de los recuerdos su conocimientos de ingeniería para instalar paneles solares y hacerla autosuficiente.
Sin contarselo a Javi, Luis presentó el diseño a un concurso de arquitectura. No ganó, pero una empresa se interesó por ellos y les encargaba trabajos de vez en cuando.
Gracias a esos ingresos pudieron financiar la construcción de la segunda y la tercera cabaña.
Cuando Marina se instaló con ellos, descubrió que la acustica de los viejos talleres de piedra era excepcional y mareó a Garcés hasta que él arregló uno a su gusto. Allí estableció ella su oficina y era allí donde ofrecía apoyo de preparción vocal a los clientes.
Además de los ingresos por las cabañas, cuando aún no tenían otros clientes de forma regular, tanto Luis como Marina se acercaban al pueblo y daban clases particulares de música.
A veces, sus clientes les pagaban en especies, con comida o animales vivos.
Poco a poco fueron poniendo orden en la isla y en sus vidas.
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La isla del faro
Fiksi PenggemarEn una diminuta isla del mar de Escocia existe un refugio para artistas. Una pequeña burbuja para almas perdidas.