Adiós: Amelia

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—¡Mamá! ¡Mamá! Hay hombres en la puerta— grité bajando las escaleras, hacía meses que no recibíamos noticias de Max, sabíamos que su misión era súper secreta, sin embargo, tanto tiempo sin él nos causaba escalofríos.

—Mam...— mi madre estaba en la puerta ya abierta con dos soldados de rango alto, sus sombreros fuera de su cabeza, sus miradas bajas y una carta—. No...— susurré cubriendo mi boca con mi mano, no podía ser cierto, mis piernas flaquearon y caí en las escaleras.

—Lo siento señorita Stubborn— susurró uno de los comandantes— señora Stubborn— asintió en señal de respeto— el teniente era un gran hombre, su servicio será en una semana, no podremos tener su cuerpo presente... el... la...— se trababa con sus palabras como si no hiciera esto con frecuencia—. El ataque ocurrió hace 3 meses, no habíamos tenido ordenes del capitán Chain hasta ahora— explicó—, quiero afirmarle que se le dió la sepultura correcta—. Mi madre lloraba silenciosa apoyada en la puerta de la entrada, la información recibida por los oficiales no le interesaba ya más, mi hermano estaba muerto y era todo lo que pasaba ahora, no había más.

Ambos oficiales se fueron minutos después, sus espaldas enfundadas en esos feos uniformes verdes fue lo último que vimos, mi madre se alejó de mi a llorar un poco más en su habitación, hace años habíamos perdido a mi padre de la misma manera, debíamos ser fuertes, la maldita guerra nunca terminaría para nosotras.

Jamás imaginé ver a tantas mujeres y niños vestidos de negro, llorando, sorbiendo sus narices; llegar al servicio de tantos militares caídos se sentía sombrío y se sentía mal, mis lágrimas se habían acabado días atrás, mi madre consolaba a las otras mujeres, yo simplemente estaba sin habla.

—El capitán Chain lamenta no estar aquí— anunció un oficial, no sabía quién era ese capitán Chain, pero cada vez lo estaba odiando más—. El manda sus condolencias a todas las familias, el apoyo...— Bla, bla, bla, el hombre sabía hablar, todos estaban más calmados cuando terminó, mi vista se nublaba cada pocos minutos, pero ya no lloré, Max había vivido haciendo lo que amaba y había muerto seguramente con una sonrisa en su rostro. Te amo, hermano.

Habían pasado unas semanas desde el servicio de Max, recibimos muchas condolencias y abrazos, mi madre era una guerrera y seguramente Max lo había heredado de ella, yo por otro lado, era una debilucha, llorona, amante del drama y el romance que fingía ser fuerte para ser respetada, la vida me había dado duros golpes, pero, mi fe y esperanza eran grandes.

—Amelia Stubborn— dijo Mary Hudson pasando frente a mi casa, la mujer era una cotilla y definitivamente no la soportaba ni un poco.

—Hola, Mary— saludé tendiendo unos trapos de la cocina en el patio trasero compartido de los departamentos gubernamentales.

—Escuché lo de tu hermano— Igual que todos, pensé— lo lamento muchísimo, era un gran chico— tenía 15 años en el ejército, dudo que le cayera bien.

—Gracias— contesté sin embargo

—Deberías conseguir marido, niña, la vida no es larga— me señaló con un dedo, definitivamente era una gran mujer.

—Y usted debería cuidar a sus hijas de sus maridos, yo estoy bien así— sonreí ante su mirada acusadora; las hijas de Mary, habían sufrido de abusos físicos por parte de sus esposos y todos en el pueblo lo sabíamos, no había hombre soltero aquí, que no hubiera pasado por las garras de las jóvenes Hudson.

—Muchacha insolente— se quejó alejándose con su pequeño y molesto chihuahua.

No es que no estuviera en mis planes casarme, pero... jamás me casaría con alguien de este maldito pueblo.

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