Volver a hacer maletas estaba convirtiéndose en una tortura, la verdad me había acostumbrado a amanecer con Amelia amarrada de mis brazos y piernas, con su cabello enredado en la almohada que nunca usaba y su respiración en mi cuello, no podía ni imaginar el momento de volver y aún no me iba aunque ya estaba llegando el momento.
—¿Will?— me giré a verla, llevaba un vestido negro con mangas largas y los pies descalzos, su cabello largo suelto y una sonrisa triste.
—¿Qué sucede?— pregunté guardando el amuleto de Max en una de las bolsas pequeñas y cerrándolo.
—Han...— carraspeó— Han llegado por ti— me informó bajando la mirada y automáticamente la extrañé, extrañé sus brazos y sus besos, la necesitaba cerca mío y estaba a punto de alejarme de ella por un largo tiempo; me había estado sintiendo egoísta estos últimos días, yo le pedía que me esperara y ella pedía que volviera... ambos estábamos pidiendo cosas difíciles, pero de verdad mi egoísmo no me permitía pensar en dejarla ir... irse con alguien más mientras yo no estaba... dejarla amar a alguien más era un pensamiento que me consumía noches enteras.
—Voy en un segundo— Me enderecé para hablarle con tanta fuerza y seguridad como me fue posible ya que era lo que menos tenía en estos momentos.
—Muy bien, iré a informarles— asentí dejándola salir, creía que mi indiferencia haría esto más fácil para ambos.
Tomé las maletas e iba a bajar unos minutos después revisando por última vez no haber dejado nada, un brillo en mi mesa de noche me alertó... me acerqué para sentirme la persona más idiota del mundo, era el collar, la mitad del collar de mariposa que me había tocado, la que le había regalado a Amelia y ella no se había quitado en ningún momento, cerré mis ojos con fuerza intentando retomar mi postura indiferente y baje.
Su mirada al final de las escaleras me desarmó por completo, sus mejillas y nariz estaban rojas por soportar las lágrimas y sus ojos parecían cristalizados, aún así permaneció firme cuando detrás de ella se encontraban dos militares con sus uniformes esperándome.
—Capitán— dijo uno de ellos poniéndose firme ante mi presencia seguido por el otro, quien dejó un vaso con agua en una mesa cercana.
—Señores— sonreí saludándolos— en descanso— ordené y Amelia sonrió. Caminamos juntos hacia la sala mientras los cadetes salían de la casa para esperarme a que me despidiera.
—Bien... ¿Llevas todo?— me miro de arriba hacia abajo revisándome reparando en el collar—. Esconderé esto— guardó el dije detrás de mi camisa—, no queremos que sea la burla del ejército capitán.
—No sucederá— contesté seco, esto estaba siendo más difícil de lo que pensé. Sus brazos se enredaron en mi cuello en un abrazo que dude en corresponder, pero no podría vivir sabiendo que desperdicie este ultimo momento estando a su lado, la tomé por la cintura pegándola más a mi cuerpo, recordando cada curva y como se sentía frangió y ligera entre mis brazos, ella se separó un poco y uno nuestros labios en un beso desesperado, mis maletas habían ya caído al piso cuando sus piernas se enredaron en mi cintura y la tomé de los glúteos para sostenerla mientras seguíamos besándonos con necesidad—. Debo irme—, dije separándome un poco de ella.
—Lo sé, lo sé— susurró aún cerca de mis labios.
—Amelia—, baje sus piernas de mi cintura con cuidado y ella me abrazó con fuerza por el trozo.
—Te amo ¿okay?— dijo entre lágrimas, la había hecho llorar más de lo que jamás pensé— Te amo y eso no cambiará nunca. Me prometiste que volverías— la miré tomándola de las mejillas.
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La promesa
RomanceLa guerra ha enviado a tantos soldados como puede a Afganistán, Pakistán e Israel, tierras de nadie, dañadas por la búsqueda de poder y el odio. En un ataque armado Will y Max, mejores amigos deben salir y enfrentar a la muerte una última vez. Un...