Epilogo.

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—No vayas— pidió Amelia aún recostada en la cama del pequeño departamento en el que vivíamos.

—Debo trabajar— la miré de reojo acomodando mi traje de gala, era 4 de Julio.

—¿Seguro?— se sentó en la cama permitiendo que la sabana bajara hasta el final de sus pechos, generándome una vista preciosa de lo que me perdería si me iba a trabajar en este momento.

Había pasado un año de nuestro reencuentro, el día más caótico y feliz de mi vida, recuerdo haberla visto en el bar, luego de que Julio me llamara con urgencia explicándome la situación. Ella tenía una cita, ella rehacía su vida... ella ya no me necesitaba más, más o menos ya me había imaginado la situación y por lo mismo, no quise que se le dijera que estaba con vida.

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Salí de la base a toda velocidad hacia el café que la amiga de Amelia había mencionado, respiraba profundo intentando calmarme, aceptando el hecho de que, tal vez, ya no fuera más parte de sus pensamientos después de todo.

Mis ojos conectaron con la escena de un beso forzado y, a mi parecer, desagradable, estrechando mi corazón, dándome la mala noticia que me había negado a aceptar por más que me lo repitiera, sus ojos conectaron con los míos al romper el beso y asustado, antes de que algo mas pudiera pasar o ella lograra seguirme tomé un taxi alejándome del lugar, respirando pesadamente, deseando que su vida fuera buena, aceptando el maldito destino.

Llegué a la base, caminé hacia mi departamento compartido y pase por la casa, nuestra casa... sintiéndome una mierda por haberme alejado por tanto tiempo, por no haber luchado más.

La alerta comenzó a sonar algunos minutos después, la gente se preparaba y corría a la entrada, pensé que era un ataque, tenía algo de delirio de persecución luego de lo que había vivido y mi piel se erizó ante el sonido y la gente corriendo por doquier.

—¡Vamos Chain!— me urgió otro de los cadetes, golpeando mi hombro— el General Stan te esta buscando— y corrí, tal vez era más grave de lo que pensé, escuché que había algo de movimiento en la puerta, una mujer intentaba entrar, sonreí, que clase de mujer debía ser para aterrar a dos soldados armados, probablemente una mujer fuerte y testaruda.

—¡WILL!— escuché y la voz me hizo estremecer, miré hacia arriba para verla correr hacia mi, mi necesidad de sentirla fue mayor a mi miedo por cambiarle la vida de nuevo y corrí hacia ella tomándola en mis brazos y sintiendo sus labios rozar por todo mi rostro, estaba en el paraíso, si había un cielo debía ser igual a esto.
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—Muy seguro—, contesté acercándome a ella recostándola en la cama y besando sus labios sin perder otro segundo.

—Buuh— se quejó haciendo un puchero y cruzando los brazos.

—Volveré antes de que lo notes—, había estado demasiado consentida los últimos días, pasábamos gran parte del día en la cama luego de que regresáramos de trabajar, lo demás del tiempo lo pasábamos comiendo, cosa que no le hacia bien a mi rutina de ejercicio, pero por ella haría lo que fuera.

—No deberías de trabajar los sábados— se volvió a quejar levantándose y tomando una bata para cubrir su cuerpo, nunca trabajaba en fines de semana, pero hoy era un día festivo nacional.

—Y tú deberías esperarme en la cama— la besé de nuevo, definitivamente llegaría tarde hoy a trabajar.

—Bueno... solo quiero fresas— me reí alejándome para que ella caminara a la cocina y antes de lo imaginado volvió con un tazón de fresas—, Mmhm—, gimió mordiendo una fresa con chocolate, provocándome, pero estaba decidido a irme... creo.

—Basta...— dije en tono de advertencia y me miró con inocencia, una vez listo me acerqué a ella y bese sus labios con sabor a fresa y chocolate para luego bajar un poco hasta su vientre y besar el pequeño bulto que apenas y sobre salía— te amo—, susurré como si la pequeña criatura que se estaba formando pudiera oírme.

La promesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora