Primer adios: Amelia

751 83 11
                                    

Desde la llamada del general, Will se portaba más atento y cariñoso, yo no estaba molesta pero... si preocupada, había vuelto a entrenar por las mañanas y a trabajar por las noches de fin de semana en el bar, me daba cuenta que todo lo que ganaba lo guardaba en un sobre en uno de los cajones de la cómoda, nunca le dije nada al respecto; dormíamos juntos, sin embargo, no pasábamos casi nada de tiempo en el día juntos, los besos eran escasos y me ponía los vellos de punta el estar tan alejados físicamente.

Casi se cumplía un año de la muerte de Max y las pesadillas comenzaron a atacarme, siempre veía su rostro, mirándome y negando... tal vez afectado por lo que estaba sucediendo o simplemente desilusionado de mi, también corría para alcanzarlo, cayendo antes de tocarlo, despertándome de inmediato, eran tan recurrentes que pasaba mis noches mirando el techo de la habitación de Will.

—¿Qué sucede?— preguntó soñoliento una noche, su voz ronca y varonil me encantaba, sus brazos fuertes me arropaban y su delicioso aroma me calmaba un poco.

—Tuve otra pesadilla— ya era algo común, tal vez Will incluso estaba harto de ser despertado con mis gritos o mis movimientos, pero nunca se quejó.

—Tranquila, han sido días difíciles— me abrazó más fuerte y besó mi cabello, pasando su mano por mi espalda que ahora estaba arropada ya que nuestra vida sexual también había disminuido... mierda.

En algún momento volví a quedarme dormida...

Aparecí en un prado tirada sobre la hierva que mojaba mi espalda, usaba un vestido blanco y el cabello largo en hondas, me levanté despacio intentando no marearme... era un sueño y estaba muy segura al respecto, había tanta paz en este prado que no quería despertar jamás; en el prado había algunos árboles escasos, ramas y sobre todo tierra húmeda que se pegaba a mis zapatillas del color del vestido, pero yo seguía caminando, caminaba sin parar hasta el punto de sentirme angustiada y sofocada, escuchaba voces desconocidas, gritos de dolor y explosiones... corrí, corrí tanto como mis pies enlodados lo permitían sin llegar a ninguna parte aunque el prado había desaparecido y ahora tierra caliente quemaba mis pies descalzos, parecía un desierto a mi alrededor.

—¡Will!— escuché y corrí hacia la voz— ¡WILL!— la voz era cada vez más potente.

—No voy a dejarte morir— la escena frente a mi era una que jamás había visto más que en sueños pero que William me había contado muchas veces.

Max estaba atravesado por un tubo, una barda derrumbada a su lado y un Will ensangrentado a su lado, llorando, jurándole que moriría antes de dejarlo morir a él.

—Mentiroso... ¡Mentiroso!— le grité y en mi sueño volteo a verme, sentí sus penetrantes ojos azules en mi, mientras yo lo acusaba—. ¡Tú lo mataste! ¡Mataste a Max!— no entendía por qué gritaba eso pero pareció ser suficiente para despertarme.

Estaba exaltada y respirando pesadamente, mis manos buscaron con rapidez a Will en la cama hasta sentirlo junto a mi, respiré hondo cuando toqué su mano e intenté relajarme a su lado.

—Él sigue, Mia— Era su voz, una voz que esperaba jamás olvidar, una voz que en algún momento me causó paz, miré hacia arriba y ahí estaba, Max... grité asustada pues la voz no iba con el rostro desfigurado y maltratado de donde salía, podría jurar que era mi hermano pero en una versión ensangrentada y putrefacta.

Grité... patalee y quise alejarme de él cuanto antes.

—No podrás salvarlo, él sigue.

Desperté, volteé a ver a Will, toque su rostro, dormía tranquilo y ajeno al ajetreo de mi corazón, tenía lágrimas acumuladas en mi rostro, había sido solo un sueño, nada más una pesadilla.

La promesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora