El beso: Amelia

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—Dormí de la mierda— me quejé sentándome en el desayunador y tomando el periódico que se encontraba a mi lado

—Mía— me reprendió mamá— esas no son palabras de señorita— golpeó mi cabeza con un trapo de cocina.

—No soy una señorita— hice un rostro extraño mientras fingía imitarla y ella se rió, adoraba verla reír, no sabía cuánto duraría eso.

—Sí que lo eres— me miro con recelo— Don Luis de la habitación 12 necesita que arreglemos su pared, al parecer hubo una fuga—. Me explico mientras Will entraba a la cocina.

—Buenos días— dijo bostezando, eran casi las 10.

—Buenos días, bello durmiente— me burlé, no estábamos acostumbrados a dormir hasta tarde en este pueblo ridículo—. ¿Debo hacerlo?— me dirigí a mi madre sobre el departamento de Don Luis, mientras Will despeinaba mi cabello y besaba la mejilla de mi madre, Como Max... pensé.

—¿Qué tienes que hacer—, preguntó intrigado.

—Arreglar una fuga y una pared— me quejé

—¿Sabes hacer eso?— pregunto incrédulo y golpee su brazo

—Claro que sí ¿tú no?— me burlé.

—Dejen de pelear niños— sonrió mi madre, casa vez era más delgada y más cabello se le caía, pero ella prefería eso a cortarlo.

—Muy bien, te ayudo— se ofreció Will

—¿Enserio?— ahora la incrédula era yo.

—Claro, ¿podemos ir ahora?— tenía muchas cosas que hacer ¿o qué?

—Vayan ahora, Don Luis fue a la clínica por medicamentos, les dará tiempo de solucionarlo—. A veces no entendía a Will, de pronto parecía querer estar conmigo todo el tiempo y luego huía de mi y ni siquiera me volteaba a ver, era confuso... era muy extraño.

Caminamos hacia el garaje donde estaban todas las cosas para reparar la pared y las herramientas para la fuga, el clima comenzaba a cambiar, otoño llegaría aquí en cualquier momento.

—Deberías dejar de usar shorts— me dijo cuando ya nos dirigíamos al departamento.

—No, ¿por qué haría eso?— hice un gesto de desagrado en su dirección

—El clima cambiará en cualquier momento— afirmó.

—Y cuando cambie, me pondré un pantalón, no antes— abrí el departamento con la llave maestra, lo bueno de don Luis era que como hombre viudo y de edad avanzada todo estaba nítido, limpio y en su lugar, y olía a rosas, el perfume favorito de su esposa.

—Te dará un resfriado— seguía con su discurso de papá.

—Los resfriados no entran por el trasero— me agache para cerrar el agua, consciente de que me miraría, no sé qué sucedía conmigo, pero me encantaba pensar que lo ponía en situaciones comprometedoras.

—Es crees tú— aclaró su garganta y se alejó a la sala del hombre, punto para mi—. ¿Qué es ese aroma?— dijo desde la lejanía donde se encontraba.

—Rosas— salí de mi escondite bajo el lavamanos.

—Que específico— sonrió asomándose al baño y viendo que ya estaba sentada en el piso.

—Es el perfume de su esposa— expliqué terminando de quebrar la pared donde la tubería se había dañado sin explicación—. Ella falleció hace unos 3 años y el todos los días baña el departamento con su aroma—. Sonreí, pensando que era una de las cosas más románticas que había.

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