Capítulo 18

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  Era domingo y a las dos les había faltado tiempo para probar el coche y llevarlo de un lado a otro, tal y como solían hacer con el anterior. Diana ya se había dedicado el día anterior a mandarle miles de mensajes a Chris diciéndole que el martes iba a devolverle el coche y que eso era demasiado, a lo que él le respondió con que eso era lo que los sugar daddies hacían.

Diana estaba convencida de que acabaría devolviéndole el coche, aunque él ya pagaba su casa y todos sus gastos, ¿acaso que le hubiera comprado un coche era algo tan grave?

Mientras se disponía a responder uno de sus mensajes, vio que alguien más le había mandado un mensaje: su madre. Casi pudo notar como su cara palidecía y su pulso se aceleraba. Llevaba sin hablar con sus padres desde que se marchó de casa. Lorena, al darse cuenta de la expresión de su amiga, supo que algo no andaba del todo bien.

—¿Qué pasa? ¿Ese gilipollas se ha pasado de la raya o te ha dicho algo jodido? Mira que le parto la cara—amenazó enfadada, creyendo que se trataba de Chris.

—No, mi madre me ha mandado un mensaje —respondió, intentando hacerse la idea—. Y me ha dicho que quiere verme, que me echa de menos.

Lorena se tranquilizó al escuchar eso. Miró a su amiga entendiendo su situación. Se fue de casa solo con sus ahorros y desde que la conoció parecía no tener familia, nunca le había hablado de ellos, exceptuando la vez que le contó el motivo por el que se tuvo que marchar de casa.

—¿Qué vas a hacer?

—No lo sé —se encogió de hombros—. Yo no quiero ir —sentía sus ojos arder por las lágrimas que intentaba contener.

Le costaba asimilar lo que acababa de suceder. Después de tanto tiempo sin dar señales de vida, ¿por qué en ese momento necesitaban verla?

—Vamos a hacer como si nada hubiera sucedido —guardó el móvil en su bolsillo de nuevo.

—¿Segura? —Diana asintió— Algún día tendrás que a hacer frente a todo eso —refiriéndose a sus padres.

—Lo sé —asintió—. Pero este fin de semana no. Después de estar tanto tiempo en la mierda, vamos a disfrutar.

—Sí, a ver si de una vez me saco el carné y puedo conducir yo —se rió—, que siempre te toca a ti.

—Como si a ti eso te importara mucho.

—También es verdad —se carcajeó.

Lorena se levantó y la abrazó, recibiendo las gracias, casi inaudibles, por parte de Diana.

—Eres como mi hermana —se separó de ella—. No tienes nada que agradecerme.

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Por otro lado, Chris estaba sentado en un sillón al lado del ventanal del hotel donde se había hospedado, mirando con tranquilidad las vistas de la ciudad de Berlín.

Volvió a mirar su móvil, Diana había dejado de responderle de la nada. Había visto su mensaje y dejó de responder. Se preocupó. ¿Había dicho algo que le había sentado mal, quizás? ¿Le había pasado algo? ¿O simplemente estaba pasando de él?

Lo dejó sobre la mesita que tenía en frente, de nuevo. Seguramente estaba disfrutando del fin de semana, como ella le había comentado el viernes. No entendía por qué le importaba tanto que ella le respondiera o no, no era un mensaje importante. Hacía mucho que no se sentía de esa manera, y mucho menos con una sugar baby. ¿Qué le estaba corriendo?

Su móvil vibró sobre la mesa intermitentemente. Con rapidez lo cogió, creyendo que se trataba de Diana. Pero no, era Kristen.

—¿Sí? —respondió con tranquilidad.

—Chris, cariño. Cuánto tiempo...

—Sí, bastante —respondió con sequedad.

—¿Qué tal estás?

—Yo bien —no le preguntó cómo se encontraba ella. Total, no le importaba.

—Yo también estoy bien —respondió algo incómoda.

—¿Quieres algo? Porque no me has llamado para saber cómo estoy, si no lo habrías hecho cuando decidiste dejarme.

—Es que te echo de menos —susurró—. Steffan me contó que te vio con una niñata el otro día y no sabes lo mal que me sentó. Me equivoqué, no tendría que haberte dejado. Aunque pensé que lucharías un poco más por mí —Chris rodeó los ojos—. Venga, mañana vuelvo a casa y volvemos a los planes de siempre y...

—No —Chris la cortó—. A mi casa no quiero que vuelvas —se pellizcó el puente de la nariz—. Este tiempo que he estado solo me he dado cuenta de que en realidad no estaba enamorado de ti. Casarme contigo era más por obligación que por amor.

—¿Es por la niña esa? Seguro que me pusiste los cuernos.

—Nunca. Nunca te he engañado. Aunque me hace gracia que seas tú la que se indigna tanto cuanto tú sí me los has puesto a mí —rió con amargura—. Y no, no es por la "niña esa", es por mí. Me he dado cuenta de que yo no te quería, ni tú a mí tampoco, porque si fuera así habrías hablado conmigo en persona, no por mensajitos y llamadas. Que te vaya muy bien en la vida, Kris —y dicho eso, colgó.

Se recostó en el sillón. Orgulloso de sí mismo y de lo que acababa de hacer. 

SD | CHRIS EVANSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora