Capítulo 40

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  Seis menos cinco. Diana estaba recostada en el sofá esperando a que Chris llegara. Ella había estado fuera de casa hasta hacía bastante poco. Le encantaba pasar tiempo con Lorena y le relajaba volver a verla tan feliz, tan llena de vida... tan ella. Se mentiría a sí misma si dijera que no había estado preocupada por todo el asunto de Josh y que no había estado dándole vueltas continuamente para encontrarle una solución rápida, y en la que su mejor amiga pudiera salir lo mejor parada posible. Pero ya no hacía falta, y eso la tranquilizaba. Dejaba el espacio suficiente en su mente para pensar en los exámenes, en las numerosas ecuaciones que debía desarrollar, los problemas, en su sonrisa, sus ojos... Frunció el ceño cuando esos pensamientos comenzaron a cruzarse en su mente. Sonreía como una tonta al pensar en él.

El sonido del timbre interrumpió todo aquello. Miró el reloj, las seis y un minuto. Se puso en pie, dirigiéndose al telefonillo para abrirle la puerta. Ya sabía que era él. En menos de un minuto, Chris, quien no pudo evitar sonreír cuando la vio esperándole con la puerta abierta, apoyada en el marco, estaba caminando hacia su apartamento.

Se acercó a ella y no le dio tiempo ni a saludarle, la besó. Apresó sus labios con necesidad. Diana no se achantó, le siguió el ritmo del beso casi al instante, un ritmo que poco a poco fue disminuyendo. Se tornó a un beso delicado y dulce. Reposó su frente sobre la de ella cuando se separaron.

—He tenido ganas de hacer esto todo el día —susurró, aún con los ojos cerrados.

Diana sentía que se derritiría en cualquier momento con sus acciones, sus palabras, con todo lo que él era. Le acarició la nuca, intentando tranquilizarlo, no parecía haber tenido un buen día.

Se separó de él finalmente, Chris la miró con desgana. Aunque poco duró, ella le tomó de la mano y tiró de él hacia el interior del piso. Se quitó la americana y se aflojó el nudo de la corbata a medida que avanzaba por el lugar, hasta que llegó al sofá. Se dejó caer con pesadez. Cayó en la cuenta de que la mayoría de veces que se veían, era allí. Aunque no tardó mucho en llegar a la conclusión de que le gustaba estar allí porque era acogedor, todo en aquella casa gritaba Diana, desde las pocas fotos en el mueble al lado de la ventana hasta las pequeñas figuritas de animales que tenía en el mueble de la televisión.

Volvió con un vaso de agua que dejó sobre la mesita para sentarse a su lado. Estaba a la espera de que hablara, que le contara aquello que tenían que hablar a solas. Por el modo en que la había saludado, sabía que no era algo malo, pero por su tono de urgencia durante la llamada, sabía que era importante.

Chris sintió sus ojos verdes sobre él y, tras darle un sorbo al vaso de agua, volvió a mirarla.

—Mi padre quiere conocerte —dijo de golpe. Directo.

Vio cómo su ceño se fruncía ligeramente. Ella no entendía qué había de malo en aquello, era lo más normal del mundo. Si era una relación seria, iba a acabar sucediendo. Entonces recordó lo que él le había contado meses atrás y, al igual que él, también entró en pánico durante unos segundos. En su interior, estaba gritando de terror, mientras que por fuera seguía con el ceño ligeramente fruncido. Él esperaba una respuesta por parte de ella, estaba callada y sus facciones pasaron a una cara de poker que le desconcertaron un poco.

—No tienes que hacerlo si no quieres —volvió a hablar.

Ella se había quedado en blanco durante unos segundos. En su cabeza solo podía escuchar un chirriante sonido de alarma. Sus padres no iban a aceptarla, era demasiado joven y era una mindundi comparada con él. Estaba casi segura de que en el momento en que los conociera, aquella relación llegaría a su fin.

—¿Cuándo? —fue lo único que pudo decir.

—Supongo que este fin de semana —colocó su mano sobre su muslo—. No tenemos por qué hacerlo. Le soltaré alguna excusa y...

—No —le interrumpió—. Si quieren conocerme, lo harán. No podemos estar escondiéndonos eternamente —parecía que su cerebro volvía a funcionar—. Además, solo voy a conocer a mis suegros. Nada malo va a pasar —intentó convencerle, aunque más bien estaba intentando convencerse a sí misma.

Chris la miraba nervioso. Sabía que tenía razón, no podía estar huyendo toda su vida. Y tampoco quería esconderla. Era feliz con ella, se le hinchaba el pecho de orgullo al poder decir que Diana era su novia, su compañera y una pieza fundamental en su vida. No debía tener miedo por lo que sucediera en aquella comida. Pasara lo que pasara, Diana iba a estar ahí.

Estaba asustada, pero sabía que Chris lo estaba más. Él se jugaba el puesto y su futuro en la empresa. Y parecía estar dispuesto a todo aquello por ella. Tomó su mano, volviendo a sentir esa corriente que era tan típica cada vez que se rozaban y recostó su cabeza en su hombro. Cerró los ojos cuando besó su cabeza con dulzura. Había leído en muchísimas novelas cómo la protagonista se sentía pequeña ante su enamorado, a veces las tuercas cambiaban, y era viceversa. Esperaba sentirse de aquel modo en algún momento cuando llegara la persona adecuada, pero no era así. Se sentía equilibrada, completa, como si al fin hubiera encontrado ese algo que le faltaba. Sentía un cúmulo de sentimientos cada vez que la miraba a los ojos, cada vez que la besaba. Nunca se había sentido de aquella forma con nadie.

—Te quiero —las palabras salieron de su boca sin control.

Chris la miró sorprendido, aunque enseguida aquella mirada de sorpresa cambió. La miró con ternura y se echó para atrás en el sofá, sujetándola para seguir en aquella posición.

—Yo también te quiero —susurró con una amplia sonrisa. 

SD | CHRIS EVANSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora