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La habitación estaba fría. Tal vez demasiado para el otoño. Las mantas de la cama no se sentían suaves, eran más rígidas y ásperas. El suelo se convirtió en un iceberg al igual que las paredes que lo rodeaban. Incluso su cuerpo tiritaba de frío por fuera mas por dentro algo quemaba. Las gotas de sudor bajaban por su rostro lentamente. Su boca, seca y agrietada, gritaba por agua. Sus ojos seguían cerrados mientras sus manos tapaban bruscamente sus oídos. Lloró por el desespero de querer gritar y no poder. Eran lágrimas de desespero, ácidas, tóxicas. Con dificultad intentó ponerse de pie y buscar a su hermano o a su madre fallando en la acción.

Los susurros siniestros se apoderaron de él como todas las mañanas. Comenzaban por su oído derecho dando el recorrido hasta el izquierdo y así hasta volver al derecho. Todas las mañanas escuchaba comentarios innecesarios sobre lo inútil, impotente y débil que era. Los susurros subieron a ser murmullos, unos bastante tétricos. Escucharlos era como sentir mil púas incrustarse en todas las partes del cuerpo llegando a cada una de las zonas donde se encontraban los nervios. Los murmullos iban a quedarse por más tiempo, sin embargo, dejaron de ser murmullos transformándose en gritos desgarradores. Los tan temidos gritos. Los susurros sabían que si no subían su tono jamás los oirían. Los murmullos odiaban ser ignorados por lo que se convertían en gritos. Y los gritos eran unos muy perversos, tal como las tinieblas.

Aún así Seokmin pensó que las tinieblas eran un lugar más acogedor que los gritos en sí. En realidad, cualquier cosa era mejor que escuchar comentarios tóxicos hacia él. No podía contra ellos, luchar contra algo invisible era la señal perfecta para una derrota. Por tal razón decidió utilizar la única herramienta que le quedaba; sonreír y reír. Aún con los ojos cerrados comenzó a reírse con una espléndida sonrisa de los comentarios negativos. Los gritos empeoraban cada vez que se ponía feliz, los sonidos incrementaban hasta dejarlo casi sordo. Pero sonreír, aunque no tuviera razones, era su única forma de sobrevivir.

Porque la risa era el grito del alma.

Con dos toques la puerta principal fue abierta dejando ver la silueta de su hermano. Seokmin abrió sus ojos. Vio a su hermano cargar una bandeja con el desayuno preparado.

– ¿Quisiste ser chef hoy?

– Te oí llorar, sabía que tu día iba a empezar mal con esos gritos. Mamá tuvo que trabajar más temprano así que te preparé lo único que me sale bien y no puedo quemar.

– Gracias por el esfuerzo, no tenías porqué.

– Sé lo horroroso que se siente, no me gusta verte pasar por lo mismo.

– Aún así, estamos juntos en esto.

– Y juntos saldremos adelante.

[...]

–  Chan, te he dicho mil veces que no debes poner tu nombre en el encasillado de la fecha. – regañó Seungkwan al mirar la nota del examen de su amigo.

Los amigos disfrutaban de la hora del almuerzo dialogando sobre sus calificaciones y qué harían para las vacaciones de invierno. La mayoría no sabía qué harían y la minoría no lo tomaba en cuenta. Sus pensamientos estaban en otro lado.

– Lo sé, pero a la hora de historia Jun siempre hace bromas fuera de la puerta y no puedo evitar distraerme.

– Por cierto, ¿por qué no se sienta con nosotros? ¿Acaso ya no nos quiere?

Voces [Seoksoo/Jeongcheol]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora