- Bueno, Sheldon, pues si Erika es tan amable de llevarte a casa, me voy. Tal vez pueda alcanzar a Leonard, Howard y las chicas. Con tu permiso, hasta mañana.
Sheldon fulminó con los ojos a Raj mientras éste se iba a toda prisa, con la genuina expresión de bobalicona felicidad al anticipar una posible velada con chicas. Maldijo también a Leonard y a Howard. ¿Qué clase de amigos eran? ¿Cómo podían marcharse tan tranquilos a sus estúpidas citas sabiendo que él tenía que trabajar hasta tarde y que necesitaba que lo llevaran a casa? Su furia se extendió al jefe de la Cheesecake Factory, el principal responsable de que en lugar de una exasperante, irónica, risueña y preciosa chica rubia, tuviera delante a una calculadora, fría, y orgullosa astrofísica morena. Erika le dedicó una sonrisa peligrosa.
- Vamos, Sheldon, cualquiera diría que es una tortura para ti que yo te lleve a casa.
- Lo es.- replicó él, lacónico, mientras se colgaba al hombro su bandolera, guardaba montones de apuntes en un cajón y ordenaba la mesa antes de encaminarse a la puerta. Ella lo siguió.
- ¿Es que no puedes ser nunca un poquito amable?
- No.
Erika apretó los dientes mientras Sheldon caminaba por el pasillo en dirección a la salida del Caltech. Lo siguió, apresurándose para mantener el paso del físico teórico. Optó por no decir nada más de momento y caminaron en silencio hasta el párking. Se montaron en el coche de la joven astrofísica y ésta arrancó, a la vez que se ponían los cinturones de seguridad. El coche circuló tranquilamente por la amplia avenida de Euclides. Apenas había tráfico, pues ya era bastante tarde. Erika miró a Sheldon por el rabillo del ojo. El físico estaba imóvil, con los ojos clavados en un punto indeterminado frente a él. A pesar de su seriedad, la chica pensó que se veía realmente atractivo con aquel perfil orgulloso, la amplia frente, la nariz perfectamente cincelada y esos labios que tan bien utilizaba para soltar complicados discursos. Erika reprimió una maquiavélica sonrisa. Sheldon estaba demasiado tenso. En el fondo, eso era una buena noticia. Significaba que no sentía precisamente indiferencia en ese momento. Ella retomó su calculada expresión de perfecta serenidad.
- Creo que hemos hecho grandes avances hoy. Estoy convencida de que cada vez estamos más cerca de probar definitivamente la teoría de cuerdas.
Sheldon mantuvo sus ojos azules en el asfalto de la calle.
- Yo en tu lugar, no usaría "hemos" ni "estamos". Y no es necesario que rompas el silencio para decir algo que, evidentemente, es una certeza.
- Tienes razón.- ella inclinó la cabeza cortésmente.- Es cierto, es tu trabajo. Espero que me disculpes, pero a veces me siento tan afortunada y tan excitada de trabajar con un verdadero genio que me olvido de esos detalles. Es como… si trabajase con Einstein o Hawking. ¿A ti no te pasaría lo mismo?
Sheldon parpadeó, algo confuso. Por primera vez retiró la mirada de la calle para dirigirla a ella. Erika le sonreía suavemente.
- Imagínate, compartir despacho con Stephen Hawking o con Maxwell, o con Einstein…- la voz de ella se apagó, soñadora.
- Admito que… es una sensación poderosa.- Sheldon por un momento, casi pudo verse a sí mismo formando parte de la historia de la física junto a tan ilustres personajes.
- Así me siento yo al trabajar contigo.
Erika le dirigió una sonrisa. Sheldon tragó saliva. Sabía que debía sentirse muy halagado por semejante comparación y de hecho, se sentía así. Pero había algo que… no sabía qué era. Simplemente, su admiración le hacía sentir más nervioso que halagado. Era como si algo no fuera correcto. Odiaba interpretar sensaciones, tanto las propias como las ajenas. Se le daba realmente mal. Lo único que sabía era que quería llegar cuanto antes a casa. Y que mataría a Raj.
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La teoría es más sencilla que la realidad
RomancePenny se siente vacía, mientras que el resto de la pandilla vive su vida. Siente que su existencia se reduce a ir de la Cheescake Factory a su apartamento y volver de nuevo a su apática jornada laboral. Su soledad sólo puede aliviarla una persona qu...