Capítulo 1

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Penny se dejó caer en el sofá, derrotada. No, no había tenido un buen día. Había trabajado como una esclava todo el santo día en la Cheesecake Factory, su jefe le había echado la bronca, un estúpido cliente intentó tocarle el trasero sin siquiera disimular y, para terminar la jornada, al volver a casa se había tropezado con Leonard y Priya, muy acaramelados en el parquecito de la esquina. No es que estuviera celosa. En absoluto. Leonard era un capítulo cerrado en su vida. Habían logrado superar la dolorosa ruptura y ambos habían admitido que una historia entre ellos no era posible en este universo. Ahora estaban más tranquilos y habían forjado una buena amistad, la misma que la unía al resto de científicos locos que habían entrado inexplicablemente en su vida. Se alegraba de verdad de que el físico experimental hubiera encontrado la felicidad con la hermana de Raj. A decir verdad, ellos sí cuadraban como pareja. Les recordaba a Bernadette y Howard.

Así que, ciertamente, su tristeza al ver a la feliz pareja no tenía nada que ver con celos. Tenía que ver con el hecho de que todos, mirase por donde mirase, eran felices con sus respectivos. Leonard con Priya. Bernadette y Howard. Incluso el patológicamente tímido y bueno de Raj se había animado a charlar con Amy Farraw-Fowler, quien, tras cancelar su contrato de relación con Sheldon, había desvidado su atención al peculiar joven. Lo que en principio parecía una labor investigadora más de neuropsiquiatría llevada a cabo por Amy se había convertido en… bueno, lo que fuese. El caso es que ahora Raj era capaz de hablar con ella sin una bebida alcohólica en la mano y se le veía mucho más animado. No cabía duda que Amy era realmente buena en su trabajo.

Suspiró. Por un momento sintió un aleteo de conciencia. ¿Acaso tenía envidia de sus amigos? No, eso nunca. Ella se alegraba de veras por todos, pero no podía evitar sentirse tan… Sí, sólo ella estaba más sola que la una. Bueno, y Sheldon, pero él no contaba. Nunca contaba cuando se hablaba de personas humanas normales… Y esa descripción no cuadraba con el larguirucho y excéntrico físico teórico.

Volvió a suspirar y se enjugó el sudor que caía por su sien. Aún encima, el día había sido insoportablemente caluroso. Odiaba que hiciera ese calor cuando se sentía desanimada. El frío, al menos, te permitía acurrucarte en el sofá con una manta-amiga y llorar ante una estúpida película romántica. Pero sólo pensar en acurrucarse le daba fiebre. Se levantó y abrió la ventana. Ni un maldito soplo de aire. ¿Por qué narices hacía tanto calor? Estaban aún en pleno mayo. Suspiró por enésima vez. Mejor sería darse una buena ducha de agua fría. Una ducha siempre la hacía sentir mejor…

Sheldon Cooper gruñó por quinta vez ante la pizarra. Sentía que el cerebro iba a derretírsele. Su portentoso y perfecto cerebro. Pero aquel calor era en verdad insoportable. Miró a su alrededor, murmurando para sí.

- Limonada sin hielo, punto óptimo de situación, persiana baja, ventanas abiertas en ángulo adecuado de corrientes…

Sí, todo estaba calculado para que sintiese el menor calor posible. Pero en vano. Por una vez en su vida, sus precisos cálculos no habían servido de nada. Miró irritado la última integral escrita en el blanco encerado y borró de un furioso manotazo una cifra. En el momento en que se dispuso a anotar el número adecuado, el rotulador resbaló como una pastilla de jabón en una bañera. Miró su mano, hecha un asco, mezclada con tinta y sudor. Y miró la pizarra, también con un lamparón de sudor.

- Odio los fluidos.- dijo irritado mientras se limpiaba presurosa y meticulosamente. Tomó un sorbo de la limonada, sintiéndose un poquito más aliviado. De pronto, pareció darse cuenta de algo y se miró a sí mismo. Su adorada camiseta de Flash aparecía también con sospechosos chorretones de sudor. Y la camiseta interior de manga larga…

- Vaya… Supongo que ahora entiendo por qué últimamente Leonard tiene la nada adecuada costumbre de estar en casa con sólo los pantalones puestos.- alzó una ceja. Aunque, evidentemente, eso era cuando Priya no estaba también con él. Meneó la cabeza. No podía creer que estuviese considerando quitarse sus dos capas de ropa. No era… correcto. Esa idea, inculcada por su madre, de que nunca se debía estar indecorosamente vestido, ni siquiera en casa, estaba tan profundamente arraigada en él que no podía… Sintió una horrorosa oleada de calor, como si cien mil duendecillos estuvieran prendiendo fuego en la boca de su estómago. Cerró los ojos, procurando borrar la cara de su madre de su maldita memoria eidética, fallando estrepitosamente. De un impulso histérico, se sacó las dos camisetas. Sí, realmente muchísimo mejor. Después miró la puerta de entrada de su piso y la abrió. Una corriente de aire entró rauda, atravesando al delgado físico, y proporcionándole tanto alivio que no pudo evitar dejar escapar un gemido. Sujetó la puerta con un pequeño tope, para que no se abriera de par en par.

- Muchísimo mejor.- dijo satisfecho.

Antes de volver a su tarea, se refrescó la cara y la cabeza. Después, limpió con papel de cocina la blanca pizarra y continuó escribiendo.

La teoría es más sencilla que la realidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora