Idoia
Tengo los nervios a flor de piel últimamente. El motivo lo tengo claro, y aunque no quiera darle importancia porque creo que es una broma pesada de alguno de mi clase, no puedo evitar tener la mosca detrás de la oreja todo el rato ni dejar de estar alerta con cualquier cosa. Oigo la voz del profesor de filosofía a lo lejos, como si fuera un eco por encima de todos mis pensamientos que pasan por mi cabeza, sin tener ni idea de lo que está explicando sobre el tema que en ese momento estamos dando como desde hace una semana.
Es mi último curso en el instituto, no he tenido nunca ningún problema con las asignaturas. Las he ido aprobando a mi manera sin considerarme una lumbreras, pero cuando tienes dos padres bastantes autoritarios, tienes miedo de llevarles la contraria al saber que a ellos no les temblará la mano a la hora de ponerte un castigo. Por eso, me parece raro hasta a mí que no pueda concentrarme del todo en las clases. Ya no solo me refiero a la que estamos dando ahora, sino también a todas las demás. Es llegar el silencio de todos mis amigas, las conversaciones banales que se puede tener con ellas, y solo oír el zumbido de mi profesor, hace que mi mente se llene de suposiciones, de hipótesis sobre la procedencia de esas cartas anónimas, imaginándome a veces lo peor y otras veces que es una absurda broma de alguien conocido, pero no puedo evitar que mi mente se desconecte cada vez que me siento en mi mesa para tener vida propia.
Un roce en la parte de detrás de mi cabeza hace que vuelva al aquí y ahora. La voz de mi profesor se hace más sonora, y miro al suelo al ver una pelota de papel al lado de mi silla indicándome que era eso lo que me ha tocado el pelo. Giro mi cabeza hacia atrás y me encuentro con una sonrisa divertida y unos ojos que prometen muchas cosas. Tantas cosas prometen que sé que llega hasta todas las chicas del instituto.
Le dedico una pequeña sonrisa, como si me hubiera hecho gracia su gesto, pero enseguida vuelvo a mi posición e intento hacer caso de todo lo que pueda salir de la boca del profesor, pero es casi en vano, porque enseguida vuelvo a centrarme en el boli azul que tengo entre mis manos y al que no le he dado casi uso en toda la semana.
Cuando suena la campana indicando que por fin se han acabado todas las clases del día, me levanto rápidamente y empiezo a recoger las cosas que tengo en mi pupitre. La ansiedad aparece en mi cuerpo como siempre ocurre cuando llega esta hora. Fue el momento en el que me encontré las tres cartas en mi taquilla, y tengo miedo y curiosidad por saber si hoy también habrá una allí esperando para ser abierta y para asustarme más de lo que ya estoy.
Salgo sin esperar a nadie del aula, queriendo estar sola por si tengo una nueva nota, pero enseguida tengo a mi amiga Bea al lado mío queriendo llamar mi atención. No se lo he contado a nadie, nadie sabe que alguien lleva una semana dejándome cartas anónimas en mi taquilla con letras recortadas de revistas, y por ahora, hasta que no sepa quien es realmente, quiero que siga siendo así.
-¡Oye!- me llama Bea a mi espalda, pero en mi mente solo está la taquilla que veo al final del pasillo. Sigo andando cada vez con la respiración más acelerada, recorriendo la adrenalina por todo mi cuerpo consiguiendo que mis pasos sean más rápidos y mi amiga tenga que andar más deprisa para ponerse a mi lado, pero en cuanto llego a mi taquilla, me quedo como un pasmarote mientras la observo sintiendo como ese pequeño miedo que me repite una y otra vez que existe la posibilidad de que sea una simple broma aparece en mi cabeza.- ¡Tía!- me dice llegando a mi lado con la voz tomada por el esfuerzo de andar rápido.- Creía que te estabas meando.
Oigo sus palabras pero no me paro a pensar en ellas y mucho menos en contestarle porque mi mente ahora mismo está en otro lugar, en el recuerdo del lunes pasado cuando me encontré la primera carta.
Fue algo extraño. No me la esperaba por supuesto, pero al principio, sin abrirla ni nada, mi cuerpo se llenó de ilusión por si era un admirador secreto, pero teniendo muy claro también de que podría ser una pequeña nota de mi amiga que me habría dejado durante todo el día. Cuando la abrí, me sorprendió que no fuera escrita, sino que era un mensaje corto y conciso escrito con letras recortadas de periódicos o revistas. Dejaba muy claro lo que decía en esas cinco palabras, pero al leerlas un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral.
YOU ARE READING
Lo que calla un latido. (Completa)
Romance¡¡Portada realizada por eewriter!! Alejandro, un subinspector de una comisaría de Madrid, se deja llevar por los sentimientos en vez de la razón y experiencia en su trabajo, consiguiendo que algo imperdonable para sí mismo ocurra. Dada su irrespon...