Capítulo 9

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Alejandro

La música está alta, el ambiente oscuro, la sala llena y yo... borracho, para que mentir. Una noche más estoy apoyado en la barra de un garito cutre a las tantas de la mañana bebiendo y bebiendo para ahogar mis penas y mis problemas, donde uno de esos problemas tiene nombre y apellidos. Idoia Baraja, una niña que no es tan niña ya, que se ha propuesto demostrármelo a la fuerza y que me está sacando loco.

Después de volver a guardar de cualquier manera el conjunto de lencería en la bolsa, y de meterlo en un rincón de mi armario, me he dado una ducha rápida y he salido de casa con el propósito de borrar de mi mente y de mi cuerpo esa sensación extraña que se ha instalado justo en el centro. No sé por qué me está pasando esto, no tengo ni pajolera idea de donde sale esa mala hostia que me recorre cada rincón de mi anatomía, y no sé por quién estoy así. ¿Por mí porque me estoy comportando de una manera de la que no estoy orgulloso? ¿Por mi jefe que me ha mandado un trabajo de mierda? ¿O por su hija, que está trastocando mi manera de ver la vida? No lo sé, solo tengo claro que algo se me está escapando de las manos, que desde hace dos semanas no soy el mismo tío que antes, que he cambiado tanto a peor que me estoy dando asco de mi mismo. Me he convertido en un tío irresponsable, ese tío que por su culpa un compañero perdió su vida, que ya no le toman en serio en la comisaria y que le mandan a hacer de niñero de la hija caprichosa del comisario y que se ve que he perdido voz y voto casi en su propia existencia. Un tio que no se ha preocupado por nada en 15 días y que ahora tiene que cuidar de una cría de diecisiete años que se revela contra todo sin hacerle ni puñetero caso. Bravo Alejandro, tú solito te has buscado esta vida de mierda.

-Ponme otra copa.- le digo al camarero que tengo delante ofreciéndole el vaso vacío, y aunque el muchacho me mire con recelo, seguramente debatiéndose en si será buena idea ponerme otra o no, coge mi vaso y me lo cambia por otro lleno.

Le doy un trago habiéndome acostumbrado ya al sabor fuerte del alcohol puro y duro que no rebajo con ningún sabor de cualquier refresco. Mi mente ya no está tan clara como cuando he entrado hace casi dos horas, y tampoco siento ya muy estable el taburete en el que estoy sentado. Solo permito que la música llene con fuerza mis oídos y emborrache mi mente, que no me permita pensar en otra cosa que no sean las letras de las canciones, pero aún así, ahora que mi resistencia está alcoholizada, unas imágenes a las que les había puesto la etiqueta de prohibido se pasean por mi mente como si ya no fueran tan malas.

¿Os preguntáis cuales? Idoia, como no.

Idoia entrando en los probadores con un montón de conjuntos provocativos en sus brazos, y uno en particular rojo que he visto muy bien y que tengo guardado en mi armario a punto de carbonizar toda mi ropa. Idoia desnudándose, imaginándome cómo sería su cuerpo debajo de esos vestidos que siempre lleva. Idoia probándose el conjunto rojo que se ajusta muy bien a sus curvas, a sus pechos y a su trasero que me prohibió mirar con una sonrisa maliciosa para ponerme a prueba. Ella mirándose en el espejo por delante y por detrás, arreglándose la cinturilla del tanga y colocándose bien la parte de arriba para que sus pezones queden tapados por la minúscula rosa que sé que tiene bordada en cada copa del sujetador.

Vale, necesito sexo urgentemente.

Mucha gente podría matarme si entraran en mi cabeza ahora mismo, si se dieran cuenta de que con solo mi imaginación un cosquilleo a aparecido en mi entrepierna. ¿Es más excitante porque huele a prohibido? ¿Eso no es de una cancion? No sé, creo que ya estoy demasiado borracho. ¿Y si me levanto y bailo? ¿Y si me acerco a esa preciosidad de mujer que me está mirando todo el rato desde el otro extremo de la barra?.

Eso es Idoia, una preciosidad de mujer y no una niña.

Aunque esa niña le de tres mil vueltas a la mujer que me mira con deseo. Madre mía, yo estoy fatal.

Lo que calla un latido. (Completa)Where stories live. Discover now