Capítulo 3

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Alejandro

¿¡De niñera!? ¿¡Hacer de niñera!? ¿¡Ese va a ser mi castigo por no haber dado señales de vida en dos semanas!? Sí, pues parece que esa va a ser mi penitencia. 

Durante toda la mañana me la he pasado intentando convencer a Antonio que dejarme a cargo del cuidado de su hija no era una buena idea, que según él, soy un policía que no ha estado dando buen ejemplo estos últimos días, ¿y cree que ser el chofer de una niña de... cuanto... 12 o 13 años es lo mejor para mí?. No. Llevo seis años en el cuerpo, desde los casi 22 años que salí de la academia he sido un trabajador ejemplar, y ahora, por desaparecer tantos días, mi castigo es ser el puto niñero de una cría que seguro que está empezando la edad del pavo. Lo que me faltaba.

No tengo tiempo para esas tonterías, no quiero ser el cuidador de una niña cuando mi vocación es patrullar por la calle. Deteniendo traficantes, ladrones, asesinos... Incluso, aunque sepa que me merezco un castigo por mi falta de irresponsabilidad, prefiero mil veces que me pongan a meter datos en el ordenador o clasificar informes que estar de hermano mayor o vete tu a saber qué, pero cuando el comisario te amenaza, dando igual los años de amistad, en que si no haces lo que te ordena te dejará de patitas en la calle no puedes negarte a hacerlo por más que se lo supliques, y mira que odio suplicar.

Y después de un rotundo no por parte de mi jefe, y una mirada de superioridad de Mario al cruzármelo en el pasillo cuando me iba, estoy en mi coche volviendo a fumar por los nervios y con una nueva misión: recoger a la hija del comisario del colegio y llevarla a su clase de guitarra española. Adiós Alejandro Torres, después de esto ya te puedes estar despidiendo de tu carrera.

Aparco en la puerta del instituto con las cuatro luces del coche, dándome igual que aquí no se pueda estacionar y sea línea amarilla. Un psicólogo diría que lo hago como respuesta negativa por la mierda trabajo que me ha mandado mi superior y por venganza, pero yo pienso que lo hago porque me sale de los cojones.

Salgo del coche dando un portazo cagandome en mis muertos, lo rodeo y me quedo apoyado en la puerta del copiloto mientras veo salir a gente y más gente del instituto. Muchas cuadrillas, parejas, amigos que se ríen de todas las edades y cursos, profesores que ya han terminado su jornada laboral y padres que recogen a estudiantes del primer curso, y yo aquí, plantado como un gilipollas con los brazos cruzados mientras observo a todos en busca de una niña pija que tenga rasgos parecidos a Antonio, pero nunca se me ha dado bien encontrar el parecido entre familiares. Lo que si que se me da bien es observar con mucha atención las cosas, y puedo ver esa mirada cómplice entre dos trabajadores del centro, el beso escondido de dos estudiantes demasiado jóvenes a mi parecer para hacerlo para luego dar a entender que no se conocen, un chico que mira demasiado a una de su cuadrilla, y muchas más cosas que pasan en un instituto.

Muchos de estos docentes me miran curiosos, preguntándose seguro quien es este tío que tiene cara de pocos amigos y que estudia con detenimiento a todos. Menos mal que llevo puestas las gafas de sol, porque seguramente muchos no se dan cuenta del escrutinio que estoy haciendo a cada uno que pasa por mi lado. ¿Su padre le habrá dicho que iba a recogerla yo? ¿O tendría que haber venido con un maldito cartel que pusiera Idoia Baraja?. No lo sé, pero ahora mismo me siento ridículo.

-Perdonar.- digo llamando la atención de un grupo de adolescentes de unos trece años intentando parecer mas sereno y menos enfadado con el mundo. Las tres chicas se paran ante mis palabras y antes de que digan algo vuelvo a hablar.- ¿Sabéis quién es Idoia Baraja?.

-Ni idea.- contesta una de ellas.

-Vale, gracias.- y vuelvo a colocarme en la misma postura que antes. Ellas se van riéndose y cuchicheando por lo bajo, y yo me enchufo un cigarro de nuevo porque después de diez minutos ya me estoy impacientando.

Lo que calla un latido. (Completa)Where stories live. Discover now