Prisioneros de amor

Capítulo 1

Los hermanos Rivero y sus padres estaban reunidos en el despacho de la casa familiar.

Augusto Rivero: No quiero más discusiones entre ustedes, son hermanos, ¿que les pasa? (hablaba enojado, su mujer quien estaba parada tras el puso una de sus manos en su hombro para tratar de calmarle).

Federico: Papa, por culpa de este imbécil (señalo a Esteban) hemos perdido una de las mejores negociaciones de nuestra vida.

Esteban: ¿por mi culpa?, ¿quien fue el que se acostó con la mujer del accionista?  (le enfrentó).

Federico: (le empujó)..

Augusto: basta (grito) callense los dos, son unos irresponsables, ya son hombres comportense como tal.....(respiro agitado).

Dionisio: papa, ¿estas bien?.

Augusto: si, hijo, solo es que cada día soy más y más viejo, me angustia verles así, a la deríba, no saben las ganas que tengo de verles bien, de verles realizados, quiero poder verles casados y con hijos, ese es mi sueño, antes de morir, quiero saber que estarán unidos y con una buenas mujeres.

Federico: Padre, las mujeres solo son para un rato, ellas te amargan la vida, quieren controlar todo y terminan acabando contigo.

Augusto: tu madre no a acabado conmigo, me dio lo más importante de mi vida, ustedes tres, por eso me disgusta verles mal, peleandose como si no se quisieran.

Isabel R: por eso vuestro padre y yo hemos decidido que lo mejor será irnos de la ciudad por un tiempo, pensamos en ir a la hacienda La bravía, juntos, como la familia que somos.....

Esteban: pero mama, nuestra vida está aquí.

Isabel R: y la nuestra, pero como dijo vuestro padre, ya estamos mayores, queremos pasar un tiempo con ustedes, por favor, no nos quiten esta ilusión de estar juntos, quien sabe cuanto más estemos aquí.

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En la hacienda El platanal.

Las hermanas Maldonado custodiaban sus tierras montadas en sus respectivos caballos.

María: este año la sequía va a afectar la plantación de maíz (les decía a sus hermanas claramente preocupada).

Cristina: eso sin contar el echo de que el pozo dónde estamos sacando el agua para dar a las vacas está excaseando.

María: no podemos hacer nada con eso.....

Victoria: la hacienda de al lado tienen un manantíal, podríamos romper la cerca que separa un hacienda de la otra y pasar las reshes para el otro lado, llevarlas a tomar agua allí, dejarlas pastar y después traerlas para acá.

María: eso es un delito, no podemos entrar en la hacienda de nadie sin permiso.

Cristina: María tiene razón.

Victoria: no se preocupen, yo voy con los trabajadores esta noche y me encargo de que nadie nos vea.

María: estas loca (golpeo ligeramente a su caballo y comenzó a galopar para la casa).

Cristina: te echo una carrera (le dijo a Victoria golpeando también su caballo).

Victoria: no seas tramposa Cristina (salió tras ella).

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Un gran auto negro con los cristales tintados llevaba dentro a todos los riveros rumbo a la hacienda, estaban serios. 

Augusto: quiten esa cara, parece que vamos de entierro.

Federico: algo parecido (se quejo).

Dionisio: ¿a quien dejaste a cargo de las empresas? (pregunto ignorando a su hermano).