Favores. X.

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La primera semana para Katsuki fue sin duda la peor que había pasado en mucho tiempo.
Era volver del trabajo y ya no probar la calidez del hogar de la castaña. No sentir los brazos cariñosos de su bebé, ni siquiera probarse a sí mismo que no era tan débil como para caer en las garras de la tentación que era Uraraka, ahora señora Midoriya.

Sin embargo, sólo pasaba con el pequeño unas horas, para ese día, sábado, llevarlo consigo a un corto paseo por el lindo y pequeño parque del complejo de departamentos. Sería como mucho, una hora más lo que le tocara caminar de ida y vuelta.

—Hey, Bakugou—, le saludó Izuku desde la puerta—. Ya te tenemos preparado a Itsuki.
Y detrás de él, Ochako preparaba con mucho brío al bebé, cubriéndolo de cualquier cosa que fuera pudiera pasarle al andar en un cochecito de bebé.

Algo en la mirada castaña le decía que andar con el bebé tan joven no era tan recomendado como él tampoco creía.
Pero algo en la respiración agitada y ansiosas acciones de Izuku le dijo que él sólo quería un momento con su esposa.

Ese pensamiento le hirvió la sangre.

—Entonces ya nos vamos—, dijo y Ochako le miró desde lejos con el rostro suplicante: que no se fuera. Pero Katsuki entendía muy bien su lugar en ello. Los dos eran marido y mujer, así que tal vez en esa oportunidad, ellos limaran las asperezas que tal vez, Katsuki mismo estaba astillando en la relación de los maridos—. Nos vemos—, dijo y partió con el cochecito.

Anduvo primero al elevador, y allí bajó hasta el primer piso, recorriendo los pasillos para alcanzar la entrada del parque y allí, andar despacio por los senderos.
Él lo estaba disfrutando: Itsuki miraba las aves volar y las señalaba con sus cortos dedos mientras los otros estaban en su boca, siendo lamidos.

Katsuki estaba maravillado de cuán grande debería parecer el mundo a ese pequeño bebé.
Y él estaba dispuesto a mostrárselo.

Se sentó en una banca y colocó el cochecito de frente, tomando al bebé en brazos y alzarlo mientras el pequeño volaba en la seguridad de las manos de su padre.
Notó que varias mujeres lo veían al pasar, pero sólo se dedicaba a ver la sonrisa del bebé y escuchar la risa que tanto amaba.
Hasta podría jurar que había cierto toque de Ochako en la risa que le hacía recordar la secundaria.

Y el recuerdo de la mirada suplicante lo ponía mal.

Dejó al bebé en el cochecito en tanto su móvil comenzó a vibrar.
Lo desbloqueó y miró el mensaje de la castaña:
"Katsuki, ven."

Dejó al bebé de vuelta en su asiento y anduvo lo pronto hasta el departamento.
Tocó la puerta con brío y al no tener respuesta, marcó al número de Izuku.
—Ey, oye, regresé. Creo que a Itsuki le ha dado fiebre—, no dejó al otro hablar en tanto escuchó cómo suspiraban. Creyó que diría algo, así que aseguró que se levantara—. Estoy tocando la puerta, abre, por favor.

Y sólo le colgaron. A los instantes, Izuku apareció sin camisa y sudando por la puerta—. ¿Así de la nada le dio fiebre?

Más Ochako le apareció por los lados.
—¿Qué sucedió?—, dijo con impaciencia, pero Katsuki sabía que ella sólo estaba actuando—. Gracias por traerlo de vuelta, Katsuki. Lamento si te asustó que se enfermara, sabrás que es muy pequeño para salir a la calle—, y discretamente miró a Izuku.

Katsuki extendió la mano y se despidió. Teniendo el bebé, lo que sea que Izuku quisiera hacer a Ochako, ya no lo haría.
Bajó al estacionamiento, hacia su auto, y una vez sentado al volante, lanzó un suspiro.
Las decisiones del pasado le pesaban.

Acomodó su espejo retrovisor, listo para andar, pero alcanzó a ver a Izuku salir del complejo.
Iba rápido hacia la salida, furioso, y tomó un taxi a saber dónde.
Katsuki no desechó la oportunidad.

Esperó a que el taxi se alejara y subió con tanta velocidad como pudo.
Tocó a la puerta, escuchando los sollozos aumentar.

—¡Soy yo, Ochako! ¡Soy Katsuki!—, y escuchó que corrían, abriendo la puerta y abrazando su pecho.
La recibió y entraron a la casa, alcanzando la cama donde se sentaron—. ¿Qué sucedió, Ochako?

Y ella, sin dejar de llorar, trató de explicarle.
—Ya no me gusta cuando me toca. Hoy quería hacerlo, quería que te llevaras al bebé para estar conmigo, pero me da asco ser tocada. Por eso te llamé. Me negué a ser tocada y cuando vi que a él no le importaba que yo no quisiera, tú tocaste la puerta. Si tú no hubieras llegado... —, y sólo lloraba más—. Si tú no hubieras llegado...

Nunca pudo terminar la frase.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora