Favores. XI.

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—Ochako, tenemos que irnos de aquí—, suplicó Katsuki mientras tomaba los hombros de la castaña, quien no había dejado de llorar.

Como pudo, Ochako se deshizo del toque en ella, abrazando su cuerpo.
—No puedo, Katsuki—, su voz aún guardaba tristeza—. Si él regresa y no me ve...

—Si él regresa y te ve—, corrigió él. Ochako lo miró a los ojos y los que encontró, fueron teñidos por la seriedad—, tal vez no se contenga aunque esté el bebé.

Los orbes castaños se iluminaron.
Se levantó y comenzó a buscar en su closet, sacando una maleta donde ella comenzó a guardar sus cosas.

Estaba a punto de abandonar a su marido.
De irse lejos de la casa donde había vivido por años en matrimonio sólo para irse con un hombre que no era su marido.

La respiración estaba agitada, las sienes le sudaban hasta mojar el castaño y las lágrimas le debilitaban la visión.

Cerró la maleta y Katsuki la tomó mientras ella se acomodaba al bebé entre los brazos.
Salieron a toda prisa de allí, donde platos rotos adornaban el suelo, como desorden pintaba cada recoveco de la casa durante la semana que Katsuki estuvo ausente.

Salieron del departamento, rumbo al ascensor, más al dar la vuelta, se encontraron con Izuku saliendo de otro.
El alma se les fue del rostro.
Recorrieron el camino de vuelta, esperando que no les hubiera visto para esconderse en la intersección de otro pasillo.

Tomaron la forma de la pared, ajustándose a ella para que no les notara.
Escuchaban los pasos en la silente noche de edificio, latiendo cada paso en su corazón, martillando sus oídos cuando la figura se hizo visible frente a ellos.
Si alguno hacía un ruido, desviaría los pasos de un embrutecido Izuku.

El olor a alcohol le llegaba de tan cerca.
Katsuki tenía razón: a Izuku no le hubiera importado que el bebé estuviera presente.

Ochako cubrió a Itsuki con sus manos.
Que no se le ocurriera llorar en ese momento.

Cuando vieron a Izuku alcanzar la puerta del departamento, a sólo unos metros de distancia, y manipular para entrar al recinto, anduvieron a todo lo que podían antes de que él pudiera salir a darles casa.

El ascensor tardó un infinito en abrirse, otro más en cerrar sus puertas y sólo cuando notaron que ya habían recorrido dos pisos, ambos soltaron el aliento.

Katsuki, agotado, cubrió a la castaña con sus brazos.
Ella respiró agitada, pero pronto comenzó a llorar.

—Gracias, Katsuki—, las palabras salían teñidas de tristeza—. Gracias por salvarme.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora