Pechos. II.

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Su respiración era entrecortada, pesada, contenida contra los labios contrarios.
Era común tenerlos hinchado un sábado, sabiendo que hoy jugarían.

Bajó por su cuello grueso, mordiendo sus clavículas y entre los pectorales enormes. Se detuvo un momento allí y mordió su piel clara, sabiendo que eso a él le gustaba. Luego sentó sobre la cama y alcanzó el bote del líquido. Retiró la tapa y esparció el chocolate frío sobre la piel caliente del rubio, viéndolo resbalar entre sus abdominales y hacia el vientre donde vellos gruesos comenzaban a crecer.

Bajó al cuerpo y comenzó a lamer. Delineó alrededor de sus músculos y él alargó la cabeza hacia atrás, tomando su cabello con sus manos. La lengua caliente, el chocolate frío y él ardiendo.

La vio comerse el chocolate entero y cuando alcanzó su vientre peludo, elevó los ojos y le dedicó la mirada más sensual que Katsuki pudiera ver a sus diez y siete años.
Terminó de comerlo y supo que era su turno.

La apartó y apretó contra las sábanas, deslizando sus manos sobre los pechos y apretando hasta sacarle un gemido de dolor. No duró demasiado, simplemente lo suficiente para entretenerla y atrapar su pezón en la boca.

Estaba erecto, duro en su boca y cuando se apartó un poco, lo vio levantado completamente. Delineó con la lengua la aureola y volvió a tragar el botón. Húmedo y sensible, se giró al otro. Sintió la mano de la castaña en su cabello, mordiendo quedo el botón cuando ella le jaló un mechón.

—Katsuki...—, dijo con pena.
Se apresuró y acercó un bote diferente, una salsa agridulce y picante que había encontrado por la cual le propuso ese juego.

Destapó el bote y la salsa cayó entre las carnes jugosas, sobre esa línea en su estómago y hacia donde el vientre comenzaba a abultarse. Una gota pensaba entre suicidarse o quedarse colgando en el pezón húmedo.

Lamió sus labios.

Su lengua no paró. No se detuvo nunca.
Dejó marcas, dejó saliva, dejó mordidas.
Toda la salsa se fue dejando a su recuerdo hilos de saliva excitada. En algún momento Ochako tomó su miembro para masturbarlo sobre el pantalón pero él le alejó la mano: habían acordado sólo juego previo, nada de sexo.

Y él sabía qué tan mojada estaba.

El sudor le cubría la frente, le hacía apretar las sábanas con las manos y la mandíbula para no gritar de lo sensible que ese juego le había puesto.
Demonios si no quería meterla pero acuerdo era acuerdo.

Terminó de limpiarla y se recostó exhausto contra ella, hundido entre los montículos.
Se elevó y la boca le atrapó en un beso.

Comenzaron ardiendo y ahora que el juego les había dejado una probada, prefirieron enfriarse con besos suaves.
Y quién sabía: tal vez necesitarían ducharse, entonces el juego comenzaría duró y profundo.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora